En un inevitable
paseo por los senderos de la memoria descubro que mis recuerdos de las Pascuas
están asociados a mis sentidos. Un mes antes ya empezaba a escucharse hablar,
ruidosamente, de la Semana Santa. Para mi padre era imprescindible organizar el
encargo del bacalao en la tienda de “los gallegos camino a Alvear” que sin duda
alguna tenían el mejor porque sus familiares lo traían de la España misma.
A mí siempre me
costó entender el significado de esos días tan raros. El jueves era el más
incomprensible. El viernes me metía miedo. El rayo divino te castigaría si
comías carne, si tenías malos pensamientos, si no rezabas, si no ibas a la
iglesia bien temprano. Me aterraban esas imágenes cubiertas con telas negras
que naturalmente me hacían bajar la mirada y no faltarles el respeto… porque
eso también podía ser castigado. Durante el tiempo que duraba esa misa me
preguntaba todo el tiempo si no estaría yo teniendo malos pensamientos mientras
escuchaba los resoplidos entre aburridos y enojosos de mi madre. Años después
supe que a ella también la obligaba la obligación de los viernes santos. Lo
único que mitigaba tanto miedo era pensar en las deliciosas empanadas de
verdura y de pescado que nos esperaban en lacasadela´buela.
El sábado era día
de preparativos. Las cocinas familiares derramaban una lujuria de perfumes a
buena mesa. En lacasadela´buela todo olía a pescado y pimentón, desde el galpón
del tío José llegaba el inconfundible efluvio del hasta ayer pecaminoso jaleo
de carnes asadas, en lo de la Julia los jugosísimos pasteles de carne
(empanadas fritas, dicen los porteños), en lo la Ana los rosquitos,
bizcochuelos y postres y en la mía reinaba el olor a choclo que mi madre
desgranaba uno a uno para las humitas. Todo era cocina para que el domingo de
Pacuas fuera un perfecto festín de sabores.
Ese día, el
domingo de Pascuas, mis hermanos y yo siempre estrenábamos alguna ropa recién
salida de la Singer de la mami que parecía tener vida propia bajo sus pies y su
mirada…
En este rosedal
de mis recuerdos no hay Pascuas sin sol. Todo era luminoso en ese día. Los ojos
viejos de mi abuela brillaban de otro modo y toda ella se permitía la ternura.
Los rincones de su patio emaparrado eran la guarida de los codiciados huevos de
Pascuas que ella misma se encargaba de identificar con el nombre de cada nieto
y esconder cuidadosamente. Mis hermanxs , mis primxs y yo fingíamos durante
rato no saber dónde estaban y ella fingía que nos creía. En mis años más niños,
obvio, la que me ayudaba a encontrar el mío era Delia. Y después, cuando ella,
la Delia, se vino a vivir a Buenos Aires, un momento decisivo de la jornada era
el horario de ir a la telefónica a hacer el llamado a la Capital. La ansiedad
alrededor de ese enorme teléfono negro inundaba en gritos, risas y lágrimas.
“Adiós, mi querida hija” decía mi padre en voz baja cuando la horquilla ya
había hecho silenciar la extrañada voz de mi hermana; y volvíamos a lacasadela´buela
en silencio, disimulando las lágrimas. Bah, ellos disimulaban. Yo hacía gala de
mi niñez llorando desbordada.
El día se
extendía hasta pasada la cena con trucos de los hombres, quejas de las mujeres,
escondidas de las chicas y travesuras de los chicos que hacían enojar a los
vecinos. Y la obligada repartija de comida que duraba días.
Cuando partió mi
abuela y a los dos años la siguió mi padre costó recomponer la celebración del
domingo de Pascuas. Para mi madre era importante y lo armábamos como podíamos.
Cuando fueron creciendo las nietas, mis sobrinas, algo de aquel espíritu se
recuperó. A falta de patio emparrado mi madre escondía los huevitos en los
cajones de su máquina de coser (aquella misma Singer) o entre las cacerolas en
los estantes de la cocina. Luego se sumó Baltazar, mi sobrino, y por último
Lautaro, mi hijo que fue el que menos disfrutó de ese rito.
Sigo sin
comprender mucho qué significan estos días, pero me siguen inquietando como en
la infancia…
El año pasado la
Pascua fue el 8 de abril y fue el último día que se reunió la familia toda (con
alguna -única- ausencia esperada y lógica), pero estuvimos todos. Fue en
lacasadeladelia, por supuesto. No fue un almuerzo, fue una merienda. Había
comida como para un centenar de personas pero debíamos ser menos de veinte.
Estábamos todos y eso nos sorprendía y nos emocionaba. Había un agregado al
festejo. Guady acababa de anunciar que estaba embarazada. La presencia de
Valentín, Lisandro y Camilo aportó la cuota de niñez imprescindible. Hubo muchos
abrazos, risas y lágrimas… Y codiciados huevitos. Como en aquellas Pascuas de
mi infancia.
No entiendo muy
bien qué significa este saludo, pero lo extraño. Y como siempre es cordial,
espléndido y magnánimo desear buenas cosas, aquí va el mío:
¡¡¡¡¡FELICES
PASCUAS PARA TODA LA GENTE QUE HACE BUENAS COSAS!!!!!