viernes, 21 de diciembre de 2012

Chau 2012.


Estoy en condiciones de decir que el 2012 fue el peor año de mi vida. Algunos dirán que exagero, pero yo les aseguro que no. Seguramente pasaron cosas buenas, pero me pasó lo peor que me ha pasado. Lo peor. Perder a Delia es, sin dudas, lo peor que me ha pasado hasta ahora. Y los que me conocen saben que he atravesado dolores profundos... desde muy temprano... cuando la vida, o más bien también la muerte, se llevó a mi padre. Pero siempre estuvo Delia para sostenerme en ellos. En los dolores, digo. Y en este dolor, el más profundo e intenso, no la tengo y eso aguijonea aún más la herida. Y me da miedo lo que viene, porque sé que no la tendré para apuntalarme...
En este tiempo he aprendido algo: el dolor nos muestra como somos... Tal cual somos. Nos agudiza, nos potencia. Entonces, descubro que en el dolor el egoísta se vuelve más egoísta, el solidario más solidario, el generoso más generoso, el silenciosos más silencioso, el charlatán más charlatán... Como yo me sé cabrona, impaciente y ansiosa estoy segura de que en estos meses me he comportado más cabrona, más impaciente y más ansiosa que nunca. Pido disculpas por eso. Sobre todo a los más cercanos, a los que me bancan en el cotidiano...
Y agradezco... Agradezco desde el alma y desmesuradamente a los que de diferentes maneras han bancado este brutal estado mío. A los amigos y parientes más cercanos y más lejanos que se las han ingeniado para hacerse presente de mil formas; a los desconocidos entrañables que me han escrito a diario; a los que inventaron excusas para llamarme periódicamente pero con la clara intención de “distraerme”; a los que se sumaron a mis lágrimas y homenajes; a los que entendieron en silencio; a los que les dolió conmigo... a todos los digo un GRACIAS ASÍ DE GRANDE. Yo sé que no hace falta que los nombre... cada uno sabe cuán cerca mío estuvo... Y sepan que todo ayuda. Que este dolor es por momentos como una intensa agonía solitaria, muy solitaria, y que saber que están ahí ayuda a seguir hundiéndose hasta el fondo para dar la patada que ayude a salir a la superficie. Sí... si están ahí es más fácil la esperanza de volver a disfrutar de la vida.
Y a los que no... a los que no han podido acompañarme, a los que no pudieron disculparme los posibles errores cometidos en este penoso tránsito que me ha tocado... les digo gracias igual... Porque me enseñaron mucho. Me enseñaron, por ejemplo, que el dolor pone las cosas en su lugar. Nos muestra descarnado tanto el interior como el exterior de esta vida, llena de dolores y alegrías.
Intentaré en estas “Fiestas”, el mejor festejo que pueda brindarme. Con todo el desgarro a cuestas, le pondré garra y fuerza al año que comienza... Porque estoy rodeada de gente que me ama y porque a Ella le hubiera gustado que así fuera.
¡Por un 2013 con buenas noticias!, brindo con cada uno que quiera levantar su copa y chocar con la mía.


CUATRO MESES SIN DELIA

El Gordo Yacante vivía en la esquina de mi casa. Era un adolescente voluminoso y ruidoso, amigo de mi hermano. Un día se cayó de un árbol y se arrancó una pierna… Fue una conmoción para el barrio y para el pueblo todo. Y fue también mi primer contacto con una tragedia. Yo tendría 8 o 9 años y mis ojos y mis oídos no podían con tanto. Fue esa la primera vez que escuché hablar del “miembro fanstasma”. Recuerdo a mi hermano desencajado (y mirá que era difícil desencajarlo) contar que la pierna le seguía picando al Gordo Yacante, le seguía doliendo, seguía sintiendo frío o calor en el pie ausente, se le acalambraba y hasta se le dormía la pierna… como si la tuviera… Yo escuchaba silenciosa y luego le escribía a Delia que me contestaba largas cartas explicándome por qué sucedía lo que le sucedía al Gordo Yacante… Delia siempre tenía respuestas razonables y claras para todo. Y siempre tan precisa en sus explicaciones…

Hace cuatro meses que la extraño. Extraño a mi hermana… a mi amiga, a mi compañera, a mi confidente, mi cómplice, mi comadre, mi camarada, mi compinche; “mi tierra, mi sangre, mi pana y mi llave”, como dice Galeano que dicen por Latinoamérica…
Extraño a mi hermana, hermana mía… Y más… porque extrañándola extraño todo lo que ella era y todo lo que era yo al tenerla. La extraño a ella, pero también extraño su casa, que era como mía. Extraño sus comidas, el olor de su cocina, sus plantas y sus flores, sus cuadros y sus libros, su música, sus regalos creativos, sus postres deliciosos, la calidez de su habitación, la interpretación de su I Ching, su mesa generosa, la charla de su mate, la alegría de su vino Extraño sus mails, su voz, su amor por los gatos, su vocación por las palabras, su ternura abismal, su dolor social, su comprensión infinita, su emoción por las Madres, su lealtad a los Compañeros, su devoción por el Ché, su análisis exacto, su confianza en el Hombre, su paciencia con los niños, su don docente, su aguda sesera, su idea y su credo, su severidad. Extraño nuestras extendidas charlas nocturnas cuando se quedaba a dormir en casa… y hasta nuestras discusiones.
Extraño todo lo que había cuando ella estaba… Extraño su voz, su palabra, su convocatoria familiar, su abrazo, su llamado cotidiano y su reto. La extraño porque la necesito. Pero también porque ella me necesitaba… La extraño porque ella ha sido una de las poquísimas personas que me ha hecho sentir que mi opinión le importaba. Porque si yo no la llamaba ella me llamaba. Porque si le pasaba algo, bueno o malo, necesitaba contármelo. Porque buscaba mi consejo y mi opinión. Porque me amaba y me lo decía. Porque necesitaba verme y hasta con esfuerzo generaba las condiciones para que lo hiciéramos…. Extraño nuestro proyecto de envejecer juntas…
Y, sin embargo, es raro. Porque la invoco y la convoco, y ahora charlo con ella aún más que antes. Ahora charlo con ella todo el tiempo. Todo el tiempo, como si la tuviera.

Su ausencia es como si me hubieran arrancado una pierna. Que sigue picando, doliendo, sintiendo frío o calor, acalambrándose y durmiéndose… Como aquel “miembro fantasma” del gordo Yacante, que ella que supo explicarme tan bien cuando aquel doloroso asombro de la infancia. Pero ya no soy una niña, aunque así me sienta en medio del dolor; ni ella está para explicármelo…