viernes, 21 de diciembre de 2012

CUATRO MESES SIN DELIA

El Gordo Yacante vivía en la esquina de mi casa. Era un adolescente voluminoso y ruidoso, amigo de mi hermano. Un día se cayó de un árbol y se arrancó una pierna… Fue una conmoción para el barrio y para el pueblo todo. Y fue también mi primer contacto con una tragedia. Yo tendría 8 o 9 años y mis ojos y mis oídos no podían con tanto. Fue esa la primera vez que escuché hablar del “miembro fanstasma”. Recuerdo a mi hermano desencajado (y mirá que era difícil desencajarlo) contar que la pierna le seguía picando al Gordo Yacante, le seguía doliendo, seguía sintiendo frío o calor en el pie ausente, se le acalambraba y hasta se le dormía la pierna… como si la tuviera… Yo escuchaba silenciosa y luego le escribía a Delia que me contestaba largas cartas explicándome por qué sucedía lo que le sucedía al Gordo Yacante… Delia siempre tenía respuestas razonables y claras para todo. Y siempre tan precisa en sus explicaciones…

Hace cuatro meses que la extraño. Extraño a mi hermana… a mi amiga, a mi compañera, a mi confidente, mi cómplice, mi comadre, mi camarada, mi compinche; “mi tierra, mi sangre, mi pana y mi llave”, como dice Galeano que dicen por Latinoamérica…
Extraño a mi hermana, hermana mía… Y más… porque extrañándola extraño todo lo que ella era y todo lo que era yo al tenerla. La extraño a ella, pero también extraño su casa, que era como mía. Extraño sus comidas, el olor de su cocina, sus plantas y sus flores, sus cuadros y sus libros, su música, sus regalos creativos, sus postres deliciosos, la calidez de su habitación, la interpretación de su I Ching, su mesa generosa, la charla de su mate, la alegría de su vino Extraño sus mails, su voz, su amor por los gatos, su vocación por las palabras, su ternura abismal, su dolor social, su comprensión infinita, su emoción por las Madres, su lealtad a los Compañeros, su devoción por el Ché, su análisis exacto, su confianza en el Hombre, su paciencia con los niños, su don docente, su aguda sesera, su idea y su credo, su severidad. Extraño nuestras extendidas charlas nocturnas cuando se quedaba a dormir en casa… y hasta nuestras discusiones.
Extraño todo lo que había cuando ella estaba… Extraño su voz, su palabra, su convocatoria familiar, su abrazo, su llamado cotidiano y su reto. La extraño porque la necesito. Pero también porque ella me necesitaba… La extraño porque ella ha sido una de las poquísimas personas que me ha hecho sentir que mi opinión le importaba. Porque si yo no la llamaba ella me llamaba. Porque si le pasaba algo, bueno o malo, necesitaba contármelo. Porque buscaba mi consejo y mi opinión. Porque me amaba y me lo decía. Porque necesitaba verme y hasta con esfuerzo generaba las condiciones para que lo hiciéramos…. Extraño nuestro proyecto de envejecer juntas…
Y, sin embargo, es raro. Porque la invoco y la convoco, y ahora charlo con ella aún más que antes. Ahora charlo con ella todo el tiempo. Todo el tiempo, como si la tuviera.

Su ausencia es como si me hubieran arrancado una pierna. Que sigue picando, doliendo, sintiendo frío o calor, acalambrándose y durmiéndose… Como aquel “miembro fantasma” del gordo Yacante, que ella que supo explicarme tan bien cuando aquel doloroso asombro de la infancia. Pero ya no soy una niña, aunque así me sienta en medio del dolor; ni ella está para explicármelo…

 

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