Hace cuatro meses que la extraño. Extraño a mi hermana… a mi amiga, a mi compañera, a mi confidente, mi cómplice, mi comadre, mi camarada, mi compinche; “mi tierra, mi sangre, mi pana y mi llave”, como dice Galeano que dicen por Latinoamérica…
Extraño a mi hermana, hermana mía… Y más… porque extrañándola extraño todo lo que ella era y todo lo que era yo al tenerla. La extraño a ella, pero también extraño su casa, que era como mía. Extraño sus comidas, el olor de su cocina, sus plantas y sus flores, sus cuadros y sus libros, su música, sus regalos creativos, sus postres deliciosos, la calidez de su habitación, la interpretación de su I Ching, su mesa generosa, la charla de su mate, la alegría de su vino Extraño sus mails, su voz, su amor por los gatos, su vocación por las palabras, su ternura abismal, su dolor social, su comprensión infinita, su emoción por las Madres, su lealtad a los Compañeros, su devoción por el Ché, su análisis exacto, su confianza en el Hombre, su paciencia con los niños, su don docente, su aguda sesera, su idea y su credo, su severidad. Extraño nuestras extendidas charlas nocturnas cuando se quedaba a dormir en casa… y hasta nuestras discusiones.
Extraño todo lo que había cuando ella estaba… Extraño su voz, su palabra, su convocatoria familiar, su abrazo, su llamado cotidiano y su reto. La extraño porque la necesito. Pero también porque ella me necesitaba… La extraño porque ella ha sido una de las poquísimas personas que me ha hecho sentir que mi opinión le importaba. Porque si yo no la llamaba ella me llamaba. Porque si le pasaba algo, bueno o malo, necesitaba contármelo. Porque buscaba mi consejo y mi opinión. Porque me amaba y me lo decía. Porque necesitaba verme y hasta con esfuerzo generaba las condiciones para que lo hiciéramos…. Extraño nuestro proyecto de envejecer juntas…
Y, sin embargo, es raro. Porque la invoco y la convoco, y ahora charlo con ella aún más que antes. Ahora charlo con ella todo el tiempo. Todo el tiempo, como si la tuviera.
Su ausencia es como si me hubieran arrancado una pierna. Que sigue picando, doliendo, sintiendo frío o calor, acalambrándose y durmiéndose… Como aquel “miembro fantasma” del gordo Yacante, que ella que supo explicarme tan bien cuando aquel doloroso asombro de la infancia. Pero ya no soy una niña, aunque así me sienta en medio del dolor; ni ella está para explicármelo…

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