domingo, 25 de septiembre de 2022

Reflexión rudimentaria en domingo

Escuchar la tristeza no es lo mismo que escuchar a alguien decir "estoy triste".

Cuando alguien está triste tenemos la obligación de afinar el oído. De escuchar el epicentro de esa tristeza. Sino, no nos lamentemos luego de la cotidiana tragedia de un suicidio. 


martes, 12 de julio de 2022

Nace y nazco


Cuántas veces parimos al hijo

Cuántas veces el hijo nos pare

Hoy hace 33 años que parí por primera vez. Y él me parió madre primeriza.

Nació él. Nací yo.

Y luego hemos ido pariéndonos en un sinfín de vidas y emociones y colores y caminos.

Hace 33 años que nazco en madre con cada uno de sus logros, alegrías, dolores. Nazco en sus ojos que me envuelven, en su risa que me equilibra, en sus lágrimas que me ponen alerta. Nazco en su música y vuelo radiante. Nazco en la altura de sus ilusiones.

Treinta y tres años que son treinta y tres vidas y treinta y tres auroras a la milésima infinitum. Nazco en sus discos, en sus escenarios, en sus búsquedas, en sus luchas. Nazco en circular y en espiralada orilla cuando su voz entona sus canciones y canta canta canta. Nazco en las cuerdas de su guitarra y me pierdo en el diapasón que vibra bajo sus manos.

Nazco y vuelvo a parir y a parirme y canto una nana y arrullo su minúsculo cuerpecito de bebé devenido en hombre que me arrulla en abrazo.

Hoy. A las 11.34 nació y nací. Nace y nazco. Siempre y para siempre.

¡Feliz cumpleaños, hijo!, Lautaro Matute 


viernes, 20 de mayo de 2022

REFLEXIONES INÚTILES DE UNA TARDE DE SOL


 "... 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐫 𝐥𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐩𝐢𝐞𝐧𝐬𝐚 𝐲 𝐚𝐜𝐭𝐮𝐚𝐫 𝐬𝐞𝐠𝐮́𝐧 𝐥𝐨" 𝐝𝐢𝐜𝐡𝐨-𝐩𝐞𝐧𝐬𝐚𝐝𝐨 "
𝐞𝐬 𝐝𝐢𝐟𝐢́𝐜𝐢𝐥, 𝐩𝐞𝐫𝐨 𝐞𝐬 𝐥𝐨 𝐮́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐫𝐞𝐝𝐢𝐦𝐞 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐠𝐮̈𝐞𝐧𝐳𝐚
𝐝𝐞 𝐯𝐢𝐯𝐢𝐫 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐭𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐡𝐢𝐩𝐨𝐜𝐫𝐞𝐬𝐢́𝐚".
(𝐌𝐚𝐫𝐢́𝐚 𝐃𝐞𝐥𝐢𝐚 𝐌𝐚𝐭𝐮𝐭𝐞 - 𝟏𝟖/𝟏/𝟐𝟎𝟎𝟗)

Siempre me vuelve esta frase de mi hermana. Pero nunca "como hoy" ha tenido semejante dimensión. Tiempos de sumisión disfrazada de comprensión, estos. 

Creo que se hace indispensable luchar para desterrar el "hoy es asi" cuando ese "asi" se lleva puesto el sentido común, la solidaridad, el respeto por las tradiciones...

Nos están llevando puestos. Y como toda resistencia respondemos "hoy es así", “todos lo hacen”, “y qué podemos hacer”. 

𝐌𝐞 𝐫𝐞𝐬𝐢𝐬𝐭𝐨. 𝐍𝐨 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨.

Me pregunto y re pregunto: ¿en qué esquina del horror perdimos el buen gusto? ¿en qué barrio del egoísmo perdimos el sentido del respeto? ¿en qué ciudad demencial perdimos la solidaridad? 

No quiero. Me resisto. Me quedo sola. O con poquitas y poquitos. Pero haciendo lo que pienso.

Nos llevan despacito, sin pausa y sin retorno, camino a la extinción. Aceptando y aceptando y aceptando. Porque "hoy es así"... ¿Desde cuándo? ¿Quién lo dijo? ¿Cómo nos convencieron? "Es así" porque aceptamos. Dóciles como ovejas. "Ovejas sois, bien lo dice de Fuente Ovejuna el nombre.". ¿Nos hemos olvidado? ¿sólo enunciamos sin poner en hecho aquello que decimos?

𝐌𝐞 𝐫𝐞𝐬𝐢𝐬𝐭𝐨. 𝐍𝐨 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨.

Me armo una trinchera de emociones, de recuerdos, de ejemplos, y me refugio tras ella. Solita. O con algunas y algunos de parecidos sentires. Pero pocos y pocas. Insuficientes para una lucha. Así nos va. ¿Hasta cuándo? ¿cuánto más hay que aguantar, aceptar, tolerar, sufrir? ¿cuál es la contabilidad de los atropellos? ¿en qué columna del “debe” se anotan?

𝐌𝐞 𝐫𝐞𝐬𝐢𝐬𝐭𝐨. 𝐍𝐨 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨.

Me invento alegrías y reinvento ideales. “Ya nada es como antes” te dicen como si eso fuera bueno, como si se pudiera sentir orgullo por deponer luchas, como si los desmanes fueran caricias. ¿Tenemos claro el costo? ¿sabemos que estamos al borde? ¿conocemos lo que nos espera en el fondo de ese abismo? “Algo huele a podrido en el palacio de “lo posible”.

𝐌𝐞 𝐫𝐞𝐬𝐢𝐬𝐭𝐨. 𝐍𝐨 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨.

Me pinto un arcoíris, lo cruzo y cambio el rumbo. Me alejo del despotismo, de la grosería, de la fiereza de unas reglas de juego que benefician a unos pocos y sostienen unos muchos. Abandono al dueño de la pelota con la certeza de que sin jugadores, no le sirve para nada. También con la certeza de que muchas y muchos seguirán jugando y se irán cayendo porque no hay cuerpo que resista el juego sucio. 

Me fabrico mi propio abismo. Me siento en su borde. Me da vértigo pero es mío. Trazo un horizonte posible, salto al vacío, me recompongo y empiezo a caminar hacia allí. Hacia la utopía de que todo puedo ser diferente si nos rebelamos y nos revelamos. 

Le hago un pito catalán al “es así”. Y si la vida me da la espalda, siempre está la posibilidad de tocarle el culo. 

(𝐑𝐞𝐟𝐥𝐞𝐱𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐬𝐢𝐧 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐢𝐝𝐨
Stella Matute - mayo/22)

lunes, 9 de mayo de 2022

MIS ALAS

 MIS ALAS 

Le puse alas a mi vientre y nació un ángel.

Le puse alas a mis paredes y me acunó un hogar.

Le puse alas a este instante y se volvió eterno.

Le puse alas a mis sueños y amanecí volando.

Le puse alas a mi cielo y la tormenta parió un arcoíris.

Le puse alas a mi canto y se hizo plegaria. 

Le puse alas a mi alimento y se multiplicó en panes y peces. 

Le puse alas a mi muerte para que viaje lejos. Y la muy torpe se enredó  en el encaje de mis tristezas.

SM - Mayo 2021

#escribirparasanar #escribirencuarentena #escribir #escribirendomingo

domingo, 27 de marzo de 2022

Parir vivir

Vivir, tal vez, sea sólo 

parir un sol al cielo azul, 

que no es cielo ni es azul, 

cada día. 



sábado, 26 de marzo de 2022

AHÍ EMPEZÓ TODO

 


Estoy en la habitación de mis padres. Juego con una nena que vive en una casa igualita a la mía. Y que tiene una habitación igualita a la de mis padres. Yo sólo la veo a ella, que está frente a mí y un pedacito de esa habitación donde ella está. La cama que se ve es igualita a la de mi mamá y mi papá. Las mesitas de luz que veo también son iguales a las de mi casa. Y si me asomo para un lado y para el otro por esa ventanita en la que juego, todo lo que veo es igual al lugar donde yo estoy. Deduzco, entonces, que esa nena que juega conmigo es, también, igual a mí. Ella habla cuando yo hablo y dice las mismas cosas. Cuando me muevo se mueve cuando me río se ríe cuando bostezo, bosteza. No pienso que me imita. Lejos de eso está mi cabecita. Me gusta y me divierte ese juego simétrico –entenderé lo de simétrico mucho más tarde-. Coca se llama. Me lo dijo en sueños una vez. Me paso horas jugando con ella. Ahí estoy a salvo de todo. Sobre todo de mi hermano. A veces llega la voz de mi mamá desde la cocina: “Elenita, qué estás haciendo”. “Jugando”, contesto. Y eso me da el permiso para seguir un rato más. Mi amiguita, también, tiene muñecas y juguetes iguales a los míos. Cocinamos, les damos de comer a nuestros hijos, los retamos, los ponemos en penitencia, los calmamos cuando lloran. Nos paramos en el centro de la cama y saltamos una frente a la otra. Ese es uno de los juegos más divertidos. Pero el que menos dura porque mi mamá y la suya nos retan desde la cocina. ¿Cómo saben? Porque las mamás lo saben todo, cuchicheo. Otras veces nos disfrazamos y también jugamos desde arriba de la cama. Mientras no saltemos parece que no hay reto. 

Un día entró mi hermano. Y resultó que ella también tenía un hermano igual que el mío. Malo, también, porque las dos nos asustamos y nos hicimos pis encima. Mi hermano y el suyo tapaban nuestras bocas y con sus ojos de fuego nos decían que no habláramos, que no le dijéramos nada  a nadie porque si no nos mataban, o nos rompían a Negrita, nuestras muñecas negras. Miré a Coca que me miraba desde el  otro lado de la ventana. Ella también lloraba. Nos miramos fijamente por mucho rato mientras los hermanos malos hacían maldades. Ella me miraba y yo la miraba. Y estábamos juntas en esa soledad de soledades. Nunca supe por qué ni su mamá ni la mía, que todo lo sabían, no llamaban desde la  cocina para saber qué estaba pasando. “Qué está pasando ahí”, gritaban cuando saltábamos, pero nunca cuando los hermanos malos nos tapaban las bocas y nos caminaban por encima. 

Después volvíamos a ordenar juntas los juguetes, los muñecos y los pedazos y volvíamos a jugar a la cocina, al doctor, al paseo por la plaza. 

Cuando fui creciendo y supe que mi amiga era yo misma me sentí tan sola que necesité ser muchas para soportarme. Y me hice actriz. 

Cuando murió mi padre y tuvimos que dejar la casa de mi infancia, yo me quedé con “la luna de la cómoda”. Todavía tengo ese espejo. Y en él me sigo mirando cuando me siento muy sola. O cuando ensayo para mi próximo estreno. Esa amiga que se refleja en él, suele ser quien me soporta los dolores, las ausencias, y también quien me sigue sanando las más dolorosas heridas.

STELLA MATUTE - 2022

viernes, 21 de enero de 2022

Pueblo chico...

 

Viví toda mi infancia y mi adolescencia frente al Colegio Marista del pueblo donde nací. El misterio de ese lugar resultaba atractivo y temeroso. Las paredes altas y oscuras, las rejas y las ligustrinas no permitían mirar hacia adentro pero yo siempre intentaba encontrar algún agujerito para espiar. No veía nada interesante. Un patio lúgubre,  algún cura que lo cruzaba y muchachitos vestidos de saco azul y pantalón gris eran siempre una invitación a la travesura.

Un día, en un accidente de auto se mató el hijo del dueño de la Cochería Chinchenio,  una de las dos cocherías fúnebres del pueblo. Era un chico muy joven.  “Los Chinchenios”, como los llamaban comúnmente, era una de las familias más conocidas y adineradas del lugar. La conmoción atravesó a toda la población. No se hablaba de otra cosa. El muchachito estudiaba, justamente, en el Colegio Marista y se supo que el cortejo fúnebre pasaría por allí y se detendría para un responso. En el barrio estaban inquietos hasta los árboles. Mi madre se vistió de negro y me puso un moño del mismo color en el brazo. Yo tenía doce años y la idea de entrar a esa escuela de varones, tantas veces espiada, me inquietaba la sangre. Cuando por la ventana de casa se escuchó el paso rítmico de unos caballos salimos a la calle. Una carroza blanca, muy lujosa, tirada por cuatro caballos blancos cargaba un cajón blanco con ribetes dorados. También a paso rítmico seis hombres se acercaron al carruaje y en unas maniobras extrañas bajaron el ataúd. El silencio era sepulcral, valga la palabra. El portón del patio del colegio se abrió lentamente. Familiares, amigos y curiosos fuimos entrando detrás. Todo era negro. Sotanas, sacos, pantalones, vestidos, cortinados, pañuelos, crespones. Todo. Salvo ese cajón lujoso que brillaba aún más en su blanco dentro de ese escenario. Yo miraba todo inaugurando miradas. El patio me pareció más chico que lo que veía desde el agujerito de la ligustrina. Pero los curas me parecieron más serios y circunspectos. Se escuchaban sollozos y llantos ahogados. Hasta que en un momento, como un relámpago indomable, la madre del chico, la esposa del dueño de la cochería, la señora de Chinchenio, se derrumbó sobre el ataúd agitando los brazos y gritando en alarido: “¡Sé bien que este es un castigo de Dios por haber sido la amante de José Gómez!”

El tiempo se detuvo. Daba la sensación de que nadie respiraba. Lo negro se volvió más negro y el patio se volvió baldosa. 

Mi madre apretó mi mano y levanté la cabeza hacia sus ojos. Estaba muy pálida y me miraba como si yo no estuviera. “Mamá…” balbuceé muy bajito. Ella se llevó el dedo índice a sus labios pidiéndome silencio y como si no hubiéramos escuchado dijo “¡Vamos!”, en un susurro imperativo y ensordecedor. Dimos media vuelta y comenzamos el recorrido hacia el portón que ahora me parecía más alto y más oscuro.  Vislumbré por el rabillo de mis ojos que nadie nos miraba pero éramos el centro de todas las atenciones. Hasta los pájaros habían detenido su vuelo. Ya en la calle, mi casa en la vereda de enfrente parecía un oasis en un desierto infinito. Cruzamos y ahí escuché el primer llanto de mi madre que duró días, semanas, meses.

José Gómez fue mi padre. Murió unos años después. Y aunque nunca entendí por qué, el servicio fúnebre estuvo a cargo de la Cochería Chinchenio.

Mi  madre nunca más volvió a hablarle a mi padre después de ese día. Y yo no  volví a entrar al patio del Colegio Marista.

 

Yo no fui al jardín de infantes. En mi tiempo, qué horror, no existía. O tal vez era porque en un pueblo las cosas eran distintas, no sé bien. La cosa es que entré directo a primer grado. Siempre fui obediente y aplicada así que no hubo ningún tipo de jornadas de adaptación. La mano de mi madre me llevó hasta la puerta del aula, me dio un beso rápido en la frente y entré. La señorita me indicó dónde sentarme. Tenía un nudo en la panza, como si tuviera hambre. Pero hambre no tenía.

Un día al poco tiempo, cuando salí de la escuela nadie me esperaba. Miré desde lo alto de la escalera de entrada y no, ni mi hermana ni mi madre. Me senté en unos de los escalones y abrí el maletín sin por qué alguno. Miré en el interior y volví a cerrarlo. Miré al cielo y vi pedacitos de cielo entre las ramas de los árboles. Bajé hasta la vereda recién barrida por Don López, el portero, y pateé una hoja rebelde del plátano altísimo al borde de la acequia. Giré hacia la avenida. Nadie. Miré al quiosquero que me miraba desde la altura de su ventanita. Siempre me asustaron los ojos de ese hombre a pesar de las burlas de mi hermana que era la que me compraba las golosinas para el recreo. “Es bueno”, me decía. Y yo callaba.

Volví a las escaleras y ví mi maletín. Las subí saltando y me gustó el juego. Bajé en un pie y subí en el otro. Bajé de dos en dos e intenté subir de tres en tres pero no pude. Me senté de nuevo y volvió aquel nudo en la panza del primer día. Tampoco tenía hambre ahora. Una mano en la cabeza me hizo subir los ojos, esperanzándome. Pero era el quiosquero. Me puse a llorar. “Se olvidaron de venir a buscarte, chiquita”, dijo. Vení que yo te llevo a tu casa y sin que yo pudiera hacer nada me tomó de la mano. Siempre fui obediente. Su mano rasposa apretaba firme la mía. Yo lloraba en silencio y con la cabeza baja. Él hablaba pero su voz llegaba desde  tan lejos que yo no podía escucharlo. Caminamos kilómetros que fueron las cuatro cuadras que separaban la escuela de mi casa. Cuando me di cuenta de que estaba ahí quise soltarme pero él me retuvo hasta que salió mi madre sorprendida. “No sé cómo agradecerle. Yo estaba segura de que mi hija mayor iría a buscarla”, dijo mientras me secaba las lágrimas con su delantal de cocina. “Agradecele a don Héctor”, me ordenó. Yo balbucée un gracias y salí corriendo hacia dentro. Cuando al rato mi hermana llegó a casa dijo estar segura de que mi madre había asegurado que ella era la que me retiraba ese día. Al día siguiente los ojos de ese hombre me parecieron buenos y su guiño me hizo sonreír. Yo misma le pedí mi Rodhesia diaria.

Stella Matute - Atlético de Escritura 2022

jueves, 20 de enero de 2022

GRACIAS, TSUNAMI DE AMOR

 




Palabras amores

Mensajes amores

Llamados amores

Amores amores

Amores en ritmo de palabras, de mensajes, de llamados, de regalos, de envíos, de abrazos, de brindis, de risas y anécdotas. 

Amores en los deseos, amores en un soplido.

Gracias. Gracias. Gracias.

Tsunami de amores. 

He recibido, leído, oído, disfrutado, cada palabra, cada mensaje, cada llamado.

Gracias. Gracias. Gracias. 

Fue un día manso y remanso. 

De renacimiento y danza en espiral hacia arriba.

Me voy de El Mago y entro en La Emperatriz... dice el tarot y lo celebro.

Chau, Mago. Gracias.

Bienvenida Emperatriz con su lluvia, ave, flor, atardecer. Acá vamos, a florecer, a cosechar, a comenzar una vez más, hasta que salga bien. 

Vamos a entrenar el ejercicio de confiar. Y entregar... para seguir recibiendo.

Gracias. Gracias. Gracias. 

He leído y respondido y "meencantado" cada mensaje. Por favor, si alguien no recibió mi respuesta es porque se me "traspapeló" el mensaje en el diluvio de amor que fue mi día de ayer. 

Insisto, si alguien no recibió respuesta o un "meencanta"  a su mensaje, me dice. Porque sencillamente es que no lo he visto. 

Gracias. Gracias. Gracias. 

Empieza a caminar mi nueva edad. "Crece desde el pie". 

Stella Matute - 20/01/22

Cumplo una edad

 



Hoy cumplo años. 
Cumplo la última edad que cumplió mi hermana. 
Imposible no pensarlo. 
Imposible no pensarla.
Imposible no pensarme.
Me pregunto si ella se habrá sentido aquel día, cuando cumplió esta edad que hoy cumplo, tan joven y milenaria como me siento. 
Tan cansada y con tantas ganas. Tan niña y tan viejita. Tan abundante y escasa.
Una edad donde parece que todo está hecho pero todo está por hacerse.
Una edad de salvación y perdición al mismo tiempo. Donde los mandatos están perimidos pero siguen mandando. 
Imposible no querer saber qué sentía ella aquel día apagando su velita sin saber que era la última. Y nosotros ahí, tan ignorantes de todo cantando felices.
Hoy cumplo la misma edad de mi hermana mayor. Ya ella no será mayor ni yo seré menor nunca más que es lo mismo que para siempre.
Hoy cumplo años. 
Y los golpes y los virus. Y el hartazgo y la esperanza. Y el apocalpsis acechando. Afuera y adentro. 
Me sorprende el ruido y el silencio. 
El fuego y un soplido. Y el círculo que se vuelve espiral.
Hoy cumplo años. Aquí vamos a transitar la nueva ronda y consumar el hecho de bailarla. A veces sobre el césped, a veces sobre cristales rotos. 
La vida. 
Va, va, va... Como la nave. Y las edades se vuelven sinónimos de otras edades.
Cumplo años.

Stella Matute - 19/01/22