martes, 23 de julio de 2013

Recuerdos del odio. Preguntas del futuro


Recuerdo muy claramente las miradas perdidas de mi madre y de mi padre hablando del odio gorila. Incomprensible odio. 
Mi madre no era peronista y sin embargo contaba con estupor y piel de gallina sobre las cosas que le deseaban a Perón y a Evita. Sobre todo a esta última cuando enfermó... 
Después de aquello vinieron el bombardeo, los fusilamientos, la proscripción, las dictaduras, los desaparecidos, las torturas, el robo de niños, los crímenes atroces, la globalización, el hambre, el país en quiebra...
Con estupor y piel de gallina he leído en estos días sobre la destilación y el perfeccionamiento del odio... Asisto atónita a un tiempo de odio como si nada hubiera existido antes. Como si nada existiera. Como si nada se estuviera poniendo en juego...
Me pregunto sobre la condición humana cuando leo algunas cosas.
Me pregunto sobre el futuro.
Me pregunto sobre el miedo y el horror.
Me pregunto sobre la memoria.
Me pregunto sobre ignorancias y aprendizajes.
Me pregunto...

sábado, 13 de julio de 2013

COMO EN AQUEL TOBOGÁN GIGANTE


En mi San Rafael natal, por allá por los inicios de los ´70, instalaron en una esquina un “tobogán gigante”. Una especie de gran deslizadero artificial por el que las personas se dejaban resbalar por diversión sobre una mole descomunal y de altísimas curvas.
Muy pronto se puso de moda y fue, durante algún tiempo, el más bullicioso punto de encuentro de amigxs adolescentonxs... Allá íbamos con mis hermanxs y todxs mis primxs. Yo era la menor y me llevaban no porque querían sino porque lxs obligaban lxs adultxs de la familia en gran alarde de psicopedagogía...
Era un extraño entretenimiento en el que había más miedo y vértigo que placer... o por lo menos así era para mí. Una explosiva mezcla de miedo y alegría difícil de soportar.
Delia ya vivía en Buenos Aires en aquel momento, pero fui con ella un par de veces cuando andaba por allá vacacionando... Fueron esas las pocas oportunidades en que me sentí segura sobre esa raída alfombra que nos permitía deslizarnos por los acentuados vaivenes del coloso. Delia, como siempre, comprendía mi miedo y me daba el aliento necesario y respetuoso que yo necesitaba. Mis primxs, y ni hablar de mi hermano, solían reírse y burlarse de mi susto y obligarme a “ir adelante” que era lo que menos me gustaba (yo nunca me tiraba sola). Así se vengaban de mi obligada presencia... Y yo hacía como que no me importaba.
Estos últimos once meses de mi vida han sido como aquellas tiradas por el “tobogán gigante”... pero agigantado.
He vuelto a sentir aquel mismo vuelco en la boca del estómago que me dejaba sin aliento cuando esa montaña enloquecida se desplegaba a mis pies y allá en lo alto me sentaba en la estera roñosa para iniciar el salto.
Ha retornado a esa sensación de acrofobia mezclada con la risa de la diversión.
Descomunal sensación que no tiene nombre.
En estos once meses he llorado cada noche antes de dormir (también en muchas madrugadas). Pero he tenido a la par la emoción de premios.
He convivido a diario con la desgarradora tristeza mezclada con la alegría, por ejemplo, del nacimiento de sobrinxs-nietxs.
Han  ido de la mano las ganas de seguir durmiendo con la ilusión de nuevos proyectos; el frío de la ausencia con el abrazo amigo.
Se han codeado mis peores fantasmas con las concreciones de mi retoño y los sueños de mi compañero...
Han cohabitado las más oscuras fantasías y las más radiantes ilusiones.
He insultado al universo desgarrada de dolor. Pero también he cantado, he leído poesía, he estrenado un vestido.  
He quedado estaqueada en una esquina creyendo ver a Delia en la vereda de enfrente. Y he descubierto que se puede estar paralizada y seguir caminando.
He querido detener el tiempo y he rogado que pase pronto.
He quedado atónita marcando su número de teléfono en reflejo inconsciente del deseo, y he recibido llamados del reino de la maravilla.
He atravesado oscuridades desconocidas y al mismo tiempo he estado iluminada.
He asistido al derrumbe de mi alma hasta el fondo de sí mismo y casi de inmediato lo he visto renacer en esperanzas.
Intensas y violentas sensaciones.
Me he culpado por sonreír y al rato he reído a carcajadas.
Así de extremo este tránsito sin descanso que me lleva del temor a la audacia y del destierro de mi ánima al centro de mi yo resucitado.
Como en aquel niño sentir de mi pasado. Cuando necesitaba ese abrazo para dejarme caer confiada hacia el vacío. Nada ha cambiado desde entonces. Sigo necesitando aquel abrazo fraterno y fundacional que supo sostenerme, aquel abrazo irreemplazable, aquel abrazo acunador y respetuoso de toda mi sorpresa. Y no lo tengo. Entonces me lo invento. Llega ahora amasado desde adentro y rehecho en quien entiende. Vuelve en recuerdos, en añejos regalos, en preciados objetos, en fotos bien guardadas , en tesoros de papel  amarillento.
Once meses de “tobogán gigante” sin ese abrazo. Y a la vez sostenidos por el mullido colchoncito de nuevas huellas y un sin fin de promesas a cumplirse. Entonces me deslizo, ya sola y sin reversa, por los desniveles pronunciados de una vida sin Delia.
Pienso en ella cada noche, cada mañana, cada día. La necesito, la requiero. La convoco y la invoco. Pero el tiempo va pasando aunque lo niegue, aunque me emperre en detenerlo. Y dicen que es el tiempo “el gran regulador de todo”. Eso dice mi Sofía*... Y ha de estar en lo cierto.

13-7-13 
(a once meses de la ausencia)

*Sofía es mi personaje en "Más frágil que el silencio", de Daniel Zaballa.