domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo de Pascuas



En un inevitable paseo por los senderos de la memoria descubro que mis recuerdos de las Pascuas están asociados a mis sentidos. Un mes antes ya empezaba a escucharse hablar, ruidosamente, de la Semana Santa. Para mi padre era imprescindible organizar el encargo del bacalao en la tienda de “los gallegos camino a Alvear” que sin duda alguna tenían el mejor porque sus familiares lo traían de la España misma.
A mí siempre me costó entender el significado de esos días tan raros. El jueves era el más incomprensible. El viernes me metía miedo. El rayo divino te castigaría si comías carne, si tenías malos pensamientos, si no rezabas, si no ibas a la iglesia bien temprano. Me aterraban esas imágenes cubiertas con telas negras que naturalmente me hacían bajar la mirada y no faltarles el respeto… porque eso también podía ser castigado. Durante el tiempo que duraba esa misa me preguntaba todo el tiempo si no estaría yo teniendo malos pensamientos mientras escuchaba los resoplidos entre aburridos y enojosos de mi madre. Años después supe que a ella también la obligaba la obligación de los viernes santos. Lo único que mitigaba tanto miedo era pensar en las deliciosas empanadas de verdura y de pescado que nos esperaban en lacasadela´buela.
El sábado era día de preparativos. Las cocinas familiares derramaban una lujuria de perfumes a buena mesa. En lacasadela´buela todo olía a pescado y pimentón, desde el galpón del tío José llegaba el inconfundible efluvio del hasta ayer pecaminoso jaleo de carnes asadas, en lo de la Julia los jugosísimos pasteles de carne (empanadas fritas, dicen los porteños), en lo la Ana los rosquitos, bizcochuelos y postres y en la mía reinaba el olor a choclo que mi madre desgranaba uno a uno para las humitas. Todo era cocina para que el domingo de Pacuas fuera un perfecto festín de sabores.
Ese día, el domingo de Pascuas, mis hermanos y yo siempre estrenábamos alguna ropa recién salida de la Singer de la mami que parecía tener vida propia bajo sus pies y su mirada…
En este rosedal de mis recuerdos no hay Pascuas sin sol. Todo era luminoso en ese día. Los ojos viejos de mi abuela brillaban de otro modo y toda ella se permitía la ternura. Los rincones de su patio emaparrado eran la guarida de los codiciados huevos de Pascuas que ella misma se encargaba de identificar con el nombre de cada nieto y esconder cuidadosamente. Mis hermanxs , mis primxs y yo fingíamos durante rato no saber dónde estaban y ella fingía que nos creía. En mis años más niños, obvio, la que me ayudaba a encontrar el mío era Delia. Y después, cuando ella, la Delia, se vino a vivir a Buenos Aires, un momento decisivo de la jornada era el horario de ir a la telefónica a hacer el llamado a la Capital. La ansiedad alrededor de ese enorme teléfono negro inundaba en gritos, risas y lágrimas. “Adiós, mi querida hija” decía mi padre en voz baja cuando la horquilla ya había hecho silenciar la extrañada voz de mi hermana; y volvíamos a lacasadela´buela en silencio, disimulando las lágrimas. Bah, ellos disimulaban. Yo hacía gala de mi niñez llorando desbordada.
El día se extendía hasta pasada la cena con trucos de los hombres, quejas de las mujeres, escondidas de las chicas y travesuras de los chicos que hacían enojar a los vecinos. Y la obligada repartija de comida que duraba días.
Cuando partió mi abuela y a los dos años la siguió mi padre costó recomponer la celebración del domingo de Pascuas. Para mi madre era importante y lo armábamos como podíamos. Cuando fueron creciendo las nietas, mis sobrinas, algo de aquel espíritu se recuperó. A falta de patio emparrado mi madre escondía los huevitos en los cajones de su máquina de coser (aquella misma Singer) o entre las cacerolas en los estantes de la cocina. Luego se sumó Baltazar, mi sobrino, y por último Lautaro, mi hijo que fue el que menos disfrutó de ese rito.
Sigo sin comprender mucho qué significan estos días, pero me siguen inquietando como en la infancia…
El año pasado la Pascua fue el 8 de abril y fue el último día que se reunió la familia toda (con alguna -única- ausencia esperada y lógica), pero estuvimos todos. Fue en lacasadeladelia, por supuesto. No fue un almuerzo, fue una merienda. Había comida como para un centenar de personas pero debíamos ser menos de veinte. Estábamos todos y eso nos sorprendía y nos emocionaba. Había un agregado al festejo. Guady acababa de anunciar que estaba embarazada. La presencia de Valentín, Lisandro y Camilo aportó la cuota de niñez imprescindible. Hubo muchos abrazos, risas y lágrimas… Y codiciados huevitos. Como en aquellas Pascuas de mi infancia.
No entiendo muy bien qué significa este saludo, pero lo extraño. Y como siempre es cordial, espléndido y magnánimo desear buenas cosas, aquí va el mío:
¡¡¡¡¡FELICES PASCUAS PARA TODA LA GENTE QUE HACE BUENAS COSAS!!!!!

miércoles, 6 de marzo de 2013

Hasta siempre, Comandante. Hasta la Victoria, SIEMPRE.

Dicen que ha muerto Chávez. Pero no lo creo. Porque aquí lo tengo, porque aquí lo escucho, porque aquí se me vuelve canción, poema, nota, semblanza, lágrima. No lo creo porque veo el llanto de "sus grasitas"... tan parecidos a los nuestros, a los de Evita... Como dice Tato Pavlovsky, "si lloro no puedo escribir". Y lloro. Entonces apelo a las palabras de un co-terráneo que ha sabido ponerle palabras a mi tristeza. Porque aunque no lo crea, Chávez ha muerto. Y Latinoamérica toda se siente un poco huérfana...



Anita y Hugo, por Julio Rudman (periodista mendocino)

"La era está pariendo un corazón,
no puede más, se muere de dolor..."
Silvio Rodríguez

Ayer no pude. Y hoy no sé, pero lo voy a intentar. Tengo que intentarlo, los compañeros me esperan.
Anita nació en Buenos Aires y convirtió a Pablo y Jimena en padres, a Armando y Mecha en abuelos, a Lucía, Martín y Camila en tíos y a Celia en tía abuela. Anita llegó a un país mejor que el que era. Llegó a una Patria Grande, creciente, acechada por buitres y demás carroñeros, pero lúcida por primera vez en mucho tiempo.
Anita llegó cuando él se iba. Es inútil hacer la crónica. Propios y ajenos se han ocupado de eso. Tinta y archivo. El diario Los Andes, letrina comunicacional centenaria, tituló hoy: "Conmoción en Venezuela: habrá elecciones en 30 días". Allá ellos. No digo más.
Nunca imaginé que las locomotoras también morían. Por personalidad, por potencia energética, propia y territorial, por ser el primero en emerger de entre las tinieblas genocidas del neoliberalismo (Cuba y Fidel ya eran estandarte y estaban en terapia intensiva), porque impuso un lenguaje insolente en las relaciones internacionales y, por eso mismo, no fue indolente. Porque olió azufre donde había estado Mr. Danger, el impávido señor de la muerte, por su solidaridad irrestricta con el pueblo palestino. Porque mandó al carajo la trampa. Porque nunca le mintió a su gente. Simplemente, por amor, Hugo es una locomotora que imaginó y puso en marcha un trazado bonito, como se llama su revolución.
Ya van dos. Néstor murió, dicen, por bala ajena. Hugo, dicen, por cáncer ajeno. Es que el cuerpo es un traidor, como dice Feinmann (¿cómo que cuál Feinmann? Al otro no lo citaré jamás).
El País, me refiero al diario serio español, podrá ilustrar, ahora sí, con la foto que quiera.
El pueblo venezolano, los líderes latinoamericanos y nosotros nos quedamos con Anita, con las Anitas del mundo, confiando en que Hugo "seguro que al rato estará volando, inventando otra esperanza para volver a vivir".


Julio Rudman