Salo era un gran amigo de sus amigos. Tuve el privilegio de
saberlo en carne propia.
Salo era un hacedor de amores. Un multiplicador de quimeras.
Un gran padre de su hijo. Un gran compañero de su Silvia.
Salo acarreaba en su mirada el exacto color de la bondad y
provocaba risas con su risa. Su abrazo siempre apretujaba corazón a corazón.
Salo tenía un primo que se llamaba Salo y que vivía en
Israel y cumplía años el 19 de enero. Por eso, cada 19 de enero me llamaba y me
decía: "como hoy es el cumple de mi primo te llamo para desearte feliz
cumpleaños"... Y reíamos. O yo le escribía unos días antes y le decía:
"vení el 19 a festejar conmigo el cumple de tu primo". Y cada 11 de
setiembre yo le cantaba el "Himno a Sarmiento" antes de decirle
"feliz cumple". Sencillas ceremonias, casi tontas, de celebrar la
amistad.
"¿Hay mate?", solía proponer en una llamada
inesperada y se venía, años atrás, delicia en manos a conjugar la vida en
confesiones.
Fue apoyo elemental durante la infancia de mi hijo. Ahí
estaba cada vez que era necesario.
Fue amigo y uno de mis mejores compañeros de elenco.
Generoso, solidario, cariñoso, tanto abajo como arriba del escenario.
La vida, esa impostora, no nos juntaba mucho últimamente.
Vino la muerte, otra impostora, a traérmelo para siempre al centro del pecho.
Me cuesta creer que no volveré a encontrarlo en una esquina
distraída de esta más distraída ciudad de soledades. Abrazarnos como cada vez;
prometernos encuentros sin horas para charla sin demora.
"Ante el portal" se llama su libro y allí describe
cómo eran sus encuentros con dios. En esa vida que fue lo que fue su vida: un
hermoso laberinto de amistades, amores y pasiones. Laberinto del que ya nunca
escapará porque es imposible escapar de los recuerdos. Ahora me encontraré con
él a mi antojo y ocurrencia. Cada vez que se me de la gana. En uno de sus
regalitos, en esa foto añeja, en aquella tarjetita o en ese encuentro con dios
que él mismo aquí describe:
Mi encuentro con Dios
no ha sido nunca en una nube,
ni en una plácida playa,
ni en silencio.
Ni con aromas a jazmines ni a sahumerios
ni acunado por coros celestiales.
Mi encuentro
con Dios
jamás sucede en la quietud del loto,
ni en la contemplación del Nombre
ni en la visión de Su mirada.
Se trata del volcán,
de las angustias,
del plexo agrietado por donde asoma
el alma
a tomar aire.
Mi encuentro con Dios
es siempre un trémulo decir de las palabras,
las imágenes crispadas
en los sueños,
la paz llegando a cascotazos
hasta abrir mis corazas y entregarme.
Pero hubo
(hay) milagros
mientras tanto.
La certeza de la Verdad en una imagen,
en una sensación,
en un recuerdo donde Dios
toma la dimensión de mis dolores y mis calmas,
de mis alegrías y mis muertes,
de mis pellizcos en el alma
para mantenerla despierta y que me salve.
Y que aparece
de pronto
en ese territorio ancho y generoso
entre la vigilia y el sueño.
Y la vida
es lo que Es.
(Salo Pasik - de su libro "Ante el portal")
Maldito 3 de enero de 2017.