Para que yo me llame
Stella Matute
tuvieron que cruzar el
océano mis cuatro abuelos
escapando del horror de
la guerra y el hambre.
Tuvieron que llegar a
esta tierra prometida
y llegar al sur de
Mendoza para ayudar a fundar un pueblo
que los acunó en sus
sueños al ritmo de las acequias y los ríos.
Tuvieron que ser vecinos
mis abuelos y luego amigos.
Y tuvieron que suceder
algunas tragedias
para que sus hijos se
conozcan y se amen
y se conviertan en mis
padres.
Para que yo me llame
Stella Matute
antes tuvieron que nacer
Delia y José Luis, mis hermanos.
Una hermana, hermana mía,
que me meció en sus
saberes
y me construyó en sus
ojos.
Y un hermano que no supo
hacerse amar
a golpe de no poder
comprender el ritmo de la buena vida.
Para que yo me llame
Stella Matute
tuvo que morir mi padre
siendo él joven
y yo adolescente.
Tuve que alejarme del
sudor de mis montañas
y tuve que subirme a un
tren
con mi mamá llorando su
viudez y enarbolando
una vez más su valentía.
Para que yo me llame
Stella Matute
tuvo que recibirme este
Buenos Aires
desmesurado de estímulos
sagrados y convocantes.
Y recorrer sus calles y
crecer a los golpes
y construir mis muros y
mis cielos.
Para que yo me llame
Stella Matute
tuve que parirme madre de
un músico
y de un ángel.