jueves, 30 de enero de 2025

Marcelo, Virginia y yo. La sangre te hace pariente pero la lealtad te hace familia

 

En los años oscuros de nuestra peor historia, el teatro nos juntó  como quien enciende una vela en la noche.” La Barraca” fue el refugio primero, aulas donde el arte nos cobijaba, nos protegía, nos acunaba. Y después vino la vida toda, con su oleaje de risas y lágrimas, de abrazos y olvidos, de caminos y laberintos. Marcelo y Virginia, nombres tatuados en la piel de mi tiempo, compañeros de escenas y de madrugadas, hermanos de brindis y desasosiegos.

Marcelo, con su risa ancha, su mirada clara y su abrazo de roble, es más que un amigo: es familia. El padrino de mi hijo que mi hijo llama tío, el cómplice que ha sabido estar cuando el mundo se inclinaba demasiado. Virginia, con su voz de brisa,  sus ojos que sostienen y su risa contagiosa ha sido puerto en más de un naufragio, faro en alguna niebla, bote generoso en mares turbulentos.

Nos han ofrecido resistencias, nos han querido separar, han sembrado sombras y dudas sobre nuestro vínculo, pero la verdad es terca como nosotros. Más allá de pretéritas distancias, de breves silencios inevitables, de desubicados malos entendidos, seguimos aquí, empecinados en querernos. Hemos compartido el pan y la ausencia, la euforia y el duelo, los júbilos y las derrotas.

Nuestra amistad sobrevive al tiempo,  no cede ante el viento. Es una casa sin cerrojos, una mesa siempre puesta. Y nosotros, Marcelo, Virginia y yo, seguimos sentados ahí, siempre en esa mesa brindando por lo que fuimos y por todo lo que aún nos queda por ser. Como tres imbatibles mosqueteros.

(Stella Matute, enero 2025)