Antes de conocerlo yo sabía que era un buen tipo. Esa era su fama. Y cuando me lo presentaron él me trató como si ya nos conociéramos de antes. Eso fue hace muchos años. Y desde hace poco más de dos laburé con él casi todos los días. Se podría decir que era mi jefe. Pero nunca me trató como tal.
Establecimos desde el principio una relación entrañable, de respeto mutuo, de mucho humor, de confesiones intensas.
“Ché, loca, ¿y el mate?”, solía decirme y yo ya sabía que tenía ganas de charlar. Así fui sabiendo de sus dos elecciones por Elisa, su compañera; de su bisnieto León, que cumplía años el mismo día que él; de cada uno de sus nietos; de sus adorados hijos Andrea y Marcelo… Y de su hermano… No hubo ni una semana que no me hablara de su hermano desaparecido…, de cuánto lo extrañaba todavía. Y de sus sobrinas… por quienes “daría la vida por darles un abrazo…”.
Me contaba de la vida de sus personajes, de la imaginería de sus obras, de sus ganas de ver en escena las últimas dos, de sus planes y proyectos. Escuchaba atentamente mis relatos, mis sugerencias, mis secretos.
Desplegaba con confianza su humor sutil, agudo, un poco cruel a veces, pero siempre cómico y divertido. “Ese humor tan especial”, solíamos decir.
Y mientras tanto organizábamos la gestión cultural de Argentores, que lo desvelaba. Casi premonitoriamente (a la luz de lo sucedido) decía: “Quiero que mi gestión en Cultura deje marca. Que se recuerde”. Pocas veces en mi vida laboral he visto un coordinador tan agradecido de sus colaboradores. Nos hacía sentir imprescindibles.
Un poco chinchudo, otro tanto caprichoso, sincero, leal, festivo, gracioso, jovial, socarrón, bullicioso, burlón, inquieto, travieso, amador del tango, fanático de Boca, apasionado del teatro, dramaturgo intenso, militante de la amistad, gran amigo de sus amigos, obsesionado por la justicia, casi justiciero…
se murió Carlos Pais.
Y la dramaturgia está de duelo. Y el teatro se tiñe de negro. Se murió un teatrista. Pero fundamentalmente se murió un buen tipo.
Y me gustaría despedirlo con las mejores palabras. Pero no me salen. Surge simplemente esta catarsis de emociones y recuerdos. Y me gustaría recordarlo con una sonrisa… pero las lágrimas la riegan. Ya se enjugarán y dejarán paso a ella, a la sonrisa digo. Que es, seguro, la forma en que él quería que lo recordáramos.
Chau, Pais. Te voy a extrañar.
miércoles, 22 de julio de 2009
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