viernes, 11 de abril de 2014

Chau, Alfredo. Gracias.


Una vida completa. Íntegra de toda integridad. El porte de un príncipe, la sabiduría de un rey, la humildad de un mendigo. El talento de un grande, la lealtad de un amigo. Un brillo encandilante, una sonrisa franca, una timidez inexplicable.
¿Un sol, dicen? Mucho más que eso. Un ser humano que supo ser humano. Un actor que supo recorrer los escenarios con la comodidad de quien anda en la intimidad de su casa. Un compañero que supo ganarse el amor de todos en un camino donde los enemigos están siempre esperando en la banquina.
El teatro argentino adolece ahora de su Israfel y se ha quedado atado para siempre “de pies y manos". Ha muerto su Rey Lear y en este “final de partida” ya no tendrá quien campee “la tempestad” que acarrea el dolor por “la muerte de un viajante”.
El cine argentino se ha quedado sin su diablo más hermoso y más amado, y también sin su santo de la espada.
No se fue de viaje ni se fue de gira.
Si se hubiera ido de viaje o de gira estaríamos contentos.
Pero se murió y por eso estamos tristes. Tan tristes.
Se nos ha ido el mejor de todos.
Ojalá existiera ese lugar en el que entrando por “los caminos de Federico” a ese "largo viaje de un día hacia la noche" lo reciba un emocionado Hamlet y lo ayude a subir al merecidísimo escenario de la eternidad.

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