“-¿Para qué sirve usted en el teatro?
¿No comprende que no es asunto para usted?
Búsquese otra profesión.”
Le dijo un obcecado director de teatro a Eleonora Duse
cuando ella le objetaba la manera de encarar el pesonaje.
Muchas veces me he preguntado cuál fue la tentación inicial para salir de mi vida cotidiana y sentirme atraída por otras existencias y necesitar convertirme por un rato, delante de otras personas, en otro ser humano viviendo una vida que no es la mía, calzando una piel que no es la mía, atravesando una emoción que no es la mía… ¿No es la mía?
Ser otra hasta el punto que ese grupo de personas, sentadas en la oscuridad de una sala teatral, crean en esa transformación mía iluminada por las luces de escena.
¿Qué desasosiego en la casa de mi propia vida me hizo huir hasta creer que puedo ser otra? ¿Qué carencia en mi corazón necesitó de otras sensaciones, de otros sentimientos?
Encontrarme con Eleonora ha sido un viaje dichoso, febril, intenso, desgarrador, ardoroso, feliz, vivaz, poderoso. En ella he encontrado muchas respuestas que buscaba desde hace muchísimo tiempo.
El laburo ha sido arduo. Muchos meses de trabajo, muchísimas horas de ensayo, y dudas, y lecturas, y las manos, y el corset, y su investidura. Y pesadillas, y dulces sueños.
Y el encuentro nada más y nada menos que con Sarah. La Gran Sarah. La divina. La eterna competencia. Su desvelo.
Y mi encuentro nada más y nada menos que con Fernanda. La Mistral. Mi desvelo.
El querido Francisco Pesqueira, siempre atento, siempre presente, me dice que está convencido de que este personaje me ha llegado del cielo. Y algo de eso hay.
Eleonora.
La Duse.
Anteayer una espectadora se acercó y me dijo:”¿Me parece a mí o la energía de Eleonora Duse te calza de perillas?” Casi no pude contestarle. El nudo en la garganta se deshizo en el abrazo de esa persona desconocida que estaba entendiendo algo casi inexplicable para mí misma.
Eleonora.
La Duse.
“¿En qué otro sitio puedo olvidarme de mí misma, de las durezas, de las miserias de la vida mejor que en el escenario? ¿En que otro lugar puede estar la gente mirándome a mí y realmente estar mirando a otra? ¿Dónde desaparecer mejor?”, se pregunta mi Eleonora. Y vuelvo a mi pregunta inicial.
Eleonora.
La Duse.
Estudiándola leí que “el destino se prepara siempre al mismo tiempo por dentro y por fuera y para que un acontecimiento tenga significación es menester que tenga antecedentes en el propio corazón”.
Sí. El destino me encuentra con Eleonora preparada para entenderla, para amarla, para vestirme con su piel. No sé si estoy a la altura pero sé que mi corazón le pertenece durante ese tiempo en que ella me asiste, en que hablo por su boca, en que sufro por sus dolores.
Allá vamos, Ella y yo, al encuentro con el público. Llegó la hora.
“La boca oscura de la platea, el monstruo respirando” y yo sintiéndome Ella y Ella volviendo en mí.
Permiso que me da la vida. Licencia de lo cotidiano. Privilegio de esta preciosa profesión que elegí sin entender muy bien por qué. Necesidades de mi insaciable corazón, tal vez.
Gracias Eleonora. Gracias Sarah.
Gracias Raúl Brambilla. Gracias Fernanda Mistral. Y gracias a Ailin Gutierrez, Roberto Bisogno, Ariela Mancke, Yanina Vitcoop, Gabriel Machado y Mercedes Otero.
Siempre a mi hijo. A mi compañero. Y a la memoria, enorme, de mi hermana. Ellos siempre están presentes en mis quehaceres.
Y a la vida. Gracias a la vida.
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