Como cuando era niña, el día después de mi
cumpleaños trajo consigo la misma magia de antaño, “cuando me preguntaba qué
era ser feliz sin saber que lo era”. Los regalos desplegados con emoción en el
piso, trajeron la inocencia de tiempos pasados. Los papeles rotos son pequeños
fragmentos de alegría, redimiendo risas contenidas. Mi corazón es una caja
abarrotada de tesoros y late con gratitud por cada sorpresa, por cada
presencia, por cada abrazo.
En este instante, entre recuerdos y nuevas
emociones, descubro que la esencia de la felicidad sigue siendo la misma: la
celebración irrefrenable y pura, la conexión entre lo eterno y lo efímero, como
un susurro de aquella niña que aún me habita.
En ese suave rincón del tiempo donde ayer
se fundió con mis anhelos, salí de la penumbra del año pasado para encontrarme
envuelta en la luz de un manto de amor. Mensajes, voces, textos, dibujos,
llamados, posteos, fueron pétalos de ternura
creando –como en el teatro- un jardín efímero y eterno en mi memoria.
Cada uno de esos mensajes resuenan en mi
alma, transformando el simple transcurrir de un día en un concierto de
gratitud. Las risas, los abrazos, los cantos fueron –son- acordes de felicidad
que vibran y vibrarán en mi existencia, armando una melodía de recuerdos imborrables.
Ayer, 19 de enero de 2024, se marcó el
comienzo de un nuevo capítulo en mi viaje, un renacer radiante. De
agradecimiento infinito. Quiero rendir homenaje a cada une de ustedes que con
sus distintas formas de presencia iluminaron mi día. Me siento dentro de un
tsunami de amor que hace de mi corazón un loco destellar de danzas.
Renacer. Renacer. Renacer.
Se fue La Emperatriz. Llegó La Sacerdotisa.
Con gratitud eterna.
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