Estos sonetos fueron escritos por Fernando al principio de nuestra relación. Me enorgullece haber sido fuente de inspiración de versos tan lindos. Por lo menos para mí, son brillantes.
SONETO
(Prólogo)
Triste historia de un bardo farabute
de final incierto, aunque galante
que delata el costado diletante
de un verseador porteño bien debute.
Quiso ser como un viejo nigromante
custodio del arcano del disfrute
y se tiraba en cada verso al tute
con escudo de musas por delante.
Como en música se habla como el Dante
y la danza abreva en el franchute
probó, sin suerte, con la fabla rante
y no encontró final. Ni se discute.
Son fallidos sonetos que Musante
pretendió regalarle a su Matute.
SONETO I
Aquello, lo más propio, me es ajeno
lo mío, lo más mío, eso es de otro.
Un otro que rebelde como potro
convoca lo más puro y menos bueno.
Un otro de cintura y mocedades
que niega lo más mío de mi acento
que riega mi raíz y mis momentos
desde el silencio final de mis edades.
Y fue tu llama fiel, tu desaliento,
tu desconfianza y mis falsedades
el sintético lugar de aquel lamento
que pudo con el juez y sus rufianes
y construyó un hogar, amarillento,
pero lleno de flores y cantares.
SONETO II
Ni héroe, ni traidor. Es mi única gesta
saborear tus más íntimos sabores
y soñar con un cielo de colores
como el sol, cuando lento se recuesta.
Convocar sin más ley, de mil amores,
al misterio primal en brava apuesta;
y esa férrea voluntad se manifiesta
al conjuro –sin par– de tus olores.
En vos, la flor más flor entre las flores,
bebo el vino de una vida que se presta
para engendrar más tiempos y mejores.
Y trascender es disfrutar la cuesta
de tus muslos, tus pechos, tus temblores
y encontrarme en tu piel es una fiesta.
SONETO III
Y fue la noche de la cercanía con cada maravilla de este mundo.
El azul, tan unánime y rotundo
y el silente cantar de la armonía.
El mar, que sabe ser tan iracundo,
sujetó firme su ola más bravía.
Transpiraba la brisa poesía
y el tiempo cupo entero en un segundo.
Todo el frío, y ese perro vagabundo
al mirar tu temor y mi osadía
olvidaron lo suntuario y lo profundo.
La pálida verdad, tan fantasía
cual farol de alumbrar meditabundo,
se disfrazó de envidia; eras mía.
SONETO IV
Los arábigos signos en su intento
por precisar el monto de las cosas
parecen tristes muecas caprichosas.
y parecen molinos sin un viento.
No puede su engreído fundamento
con el vuelo de etéreas mariposas
con noches de caricias primorosas
con mi espera final, ni con mi aliento.
Cuánto mide el olor de aquel momento
cuánto pesan tus lágrimas dichosas
cuánto dura el placer y hasta el tormento.
Cuánta voz, cuánta piel –y cuán de hermosas–
Será que es pequeño el sentimiento
Será que fueron pocas tantas rosas.
SONETO V
Yo creí que no hallaba consonante
como Lope, en su hora más sombría
y en la maraña de la poesía
perdió el rumbo mi paso vacilante.
Fue la insensatez de mi porfía
(más veleidad de caballero andante
que un frívolo capricho de Violante)
lo que impulsó tan loca travesía.
Y fue mi amor hurgando sin baquía
como aquel solitario navegante
que no sabe que en el cielo hay una guía
que no sabe de brújula o sextante
ni sabe que tu piel al mediodía
lleva grabada la palabra amante.
SONETO VI
Cuando supe tus íntimos sabores
cuando vencí tu tierna resistencia
cuando pudo mi amante prepotencia
gozar toda tu piel y sus temblores,
no supuso mi ser y su insolencia
que aquella tempestad de mil colores,
que todo el vendaval de tus olores,
que toda la verdad, con su vehemencia
de tu hembra razón, con las mejores
razones que imagina cualquier ciencia;
llenaría de amor mis mil temores
y sería por qué de mi existencia.
Lo aprendí esta noche, entre dolores,
cuando quise dormir junto a tu ausencia.
SONETO VII
¿Qué deseo se esconde en esa estrella?
Quién cubre, con sonar de serenata,
la más tierna y armoniosa caminata,
la nuestra, la más pura, la más bella.
quién pintó el contraluz que te retrata.
Qué madre de que Dios dejó la huella
de salitre, de espuma y de aquella
suavidad del oleaje, cual sonata.
Te celebra el mar de Mar del Plata
está el viento y la luna y hasta ella,
con un manto de insólita fogata
me enamora tu piel y una centella
se aloja en tu mirar y me arrebata.
¿Quién sonrió esa noche en esa estrella?
SONETO VIII
Por rincones de turbios andurriales
agonizan los poemas, odas, cuentos,
víctimas de los mejores intentos
de aprendices de poetas populares.
Escucho los más lúgubres lamentos
son de aquellas palabras singulares
muertas por quienes riman vendavales,
los que a los cielos llaman: firmamentos.
Se sienten más allá de los mortales
complican los más simples sentimientos
y llaman “nosocomios” a hospitales.
No saben que tus ojos son tormentos,
tampoco que tus labios son corales
y tu voz: el mejor de los acentos.
SONETO IX
¿Quién sos? Compañera, y dulce amante
maravilla que ignoran las Alicias
razón ajena a razones fenicias
luz extrema, tozuda, militante.
Propietaria de todas mis caricias
fiel guardián de mi deseo constante,
refugio de mi alma trashumante.
La cierta de mis historias ficticias
Reina entre plebeyas y patricias
por tu entraña feroz y palpitante,
ajena a mezquindades y avaricias,
tan ardiente, tan húmeda y sangrante.
Yo gozo del sabor de esas delicias
mientras sueño mil vidas por delante.
SONETO X
Hay un ser especial entre esos seres
que acuden cada vez que los invocas
y braman toda vez que los provocas.
Son Rosas que detestan mercaderes,
o Evas, tan valientes como pocas
o Marías por sus mágicos poderes
o Judith al cumplir con sus deberes.
Magdalenas, de tentadoras bocas
y Juanas (tan doncellas y tan locas).
No pactan con los “fueres” ni los “vieres”
y clásicas modernas o barrocas
benditas, como todas las mujeres;
son frágiles, o duras como rocas.
Y vos, sos especial entre esos seres.
SONETO XI
Según la Teogonía, nueve musas
Son las deidades que iluminan
los senderos de aquellos caminan
entre cabriolas, rimas, semifusas
Se nutren por igual (cuando los miman)
de las gracias de aquellas papirusas
en lenguas cultas y en las rantifusas
músicos, bardos, y hasta los que opinan.
Yo digo que son diez, y algunas trinan
otras se juegan a ruletas rusas
hay a quienes los dientes les rechinan
rasgan sus pilchas. Pelos como chuzas.
Y… son minas, los celos las dominan.
Pensaban que eran nueve, las ilusas.
SONETO XII
“El íntimo cuchillo en la garganta”.
“en mi vida me he visto en tal aprieto”
dos célebres momentos del soneto;
uno sorprende, el otro nos espanta.
Quien por amor se juega el esqueleto
y en verso, ante el decir se planta
siente todo un horror que se agiganta
frente al rigor del número concreto
Once perlas ligadas en secreto
por la urdidora que en silencio canta,
en catorce gradas de misterio neto.
Tu recuerdo me aturde, me quebranta
pues sé que el aritmético respeto
no es eso que mi sangre solivianta.
SONETO XIII
Si pudiera quererte sin usura
si supiera amarte, aún sin tenerte.
Si no te imaginara, más que verte.
si no fuera tan adicto a tu hermosura.
Si no doliera este gris al aguafuerte
si en mi sien no habitara la amargura
que en el umbral puntual de la locura
me ubica frente el miedo de perderte.
Si hubiera alguna dosis de mesura
–que me hiciera quererte tras la muerte–
la bebería a la salud de tu ternura.
Pero, si Dios me ungiera con tal suerte,
yo, no sería yo. “Genio y figura”.
Porque soy sólo un hombre y no tan fuerte.
SONETO XIV
En un rincón del centro de la nada,
en el hospital de la fantasía;
en la trastienda de la melodía
o en la cárcel de la voz rimada,
está presa mi musa más sombría.
La del dolor de cada madrugada.
La doliente, la tiste, la preñada
de miedos y letal melancolía.
Mi verso ya no vive en agonía
la palabra no vaga desdichada
y se yergue por pura rebeldía,
junto al tierno calor de tu mirada,
al saberme tan tuyo y vos tan mía
en la dulce comarca de la almohada.
lunes, 5 de enero de 2009
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