CINCO MESES
“Luego veré de volver por aquí”, fue lo último que escribió Delia en una cadena de mensajes que utilizábamos a diario para comunicarnos. Eran las 17.26 de aquel nefasto domingo 5 de agosto. “Hay días malos”, se lee unas líneas más arriba, en ese mismo mensaje… Horas después un zarpazo brutal apagaba su luz para darle paso a una oscuridad de siete días, antes del último empujón final hacia la nada.
Aquél era su último domingo… Aquél fue su último domingo.
¿Cuántos sinónimos tiene la palabra “último”? Pocos e insignificantes…
¿Y la palabra “siempre”? Ninguno…
Resulta sugerente. Pero de tan real, resulta simbólico…
Las muchas veces que decimos, a lo largo del camino, “esta es la última vez”, “o esto es lo último que hago…”, sabemos muy internamente que no es cierto. Que lo último cuando sea “último”, lo sabremos cuando ya fue. Cuando ya haya sucedido.
Algo parecido sucede con “siempre”. “Te querré para siempre”, “siempre seré…”, “siempre estaré…”. Meras expresiones de deseo que nos inventamos para aliviarnos la angustia de la finitud.
¿Cómo saber cuál será la “última Navidad”, el “último Año Nuevo”, el “último cumpleaños”, el “último abrazo”? Sólo cuando nos damos cuenta de que ya para “siempre” será así… Que ya no habrá otra Navidad, ni el próximo Año Nuevo, ni soplará nuevamente la velita, ni me abrazará en mi próxima alegría… Ya “nunca” volverá a ser como fue.
“Último” y “siempre” se encuentran unidos definitivamente en el “nunca”.
“Nunca”… También agazapada en el pasado… “Nunca”… Otra promesa sin demasiados sinónimos.
Confieso también que me resulta imprescindible desconfiar de una palabra que de cuatro sílabas, las primeras tres son “sí” “no” y “ni”. “Si-no-ni-mo” es una palabra poco confiable…
Entonces “último”, “siempre” y “nunca” vuelven a ser veneradas. Vuelvo a plagarlas de contenido… Cuando estoy asolada por el llanto, me subo a esa posibilidad y sentencio que así como desde hace cinco meses ya “nunca” volverá a ser como antes; “siempre” la necesitaré, “siempre” recurriré a su palabra, “siempre” la extrañaré. “Nunca” dejaré de amarla, “nunca” dejaré de necesitarla, “nunca” se apagará definitivamente su luz. “Nunca” será nada… Y así será hasta mi “último” soplo.
Algunos insisten en que debo reponerme, que la deje ir, que tengo que estar mejor… Como si reponerme, dejarla ir o estar mejor fueran representaciones posibles que la oscuridad de mi noche pudiera ceñir.
“Hay días malos”… Es cierto. Y noches también. Y largas.
SEIS MESES
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me
duele hasta el aliento.
Miguel Hernández
“¿Estás un poquito mejor?” ... me preguntan con marcada
buena intención, como si eso fuera posible.
Y yo sonrío, pongo mi mejor mirada social, cuelgo mi sonrisa
en el perchero de lo correcto y apretando el “on” de las respuestas
automáticas, contesto un: “Sí, sí... estoy como voy pudiendo”.
Mientras, “¿Por qué
tendría que estar mejor?”, pienso…, “¿porque pasaron seis meses?”, concluyo...
¿Será ese el parámetro de tiempo que se considera el
necesario para empezar a mejorar? Pues no es el mío. Sino más bien todo lo
contrario.
“Estoy seis meses peor” me digo, intentando evadir el
alarido. La tristeza tiene mala prensa. Entonces, es mejor sonreír y permitir que
piensen que “estar como voy pudiendo” es estar un poquito mejor. Cuando lo
íntima e infinitamente cierto es que cada día estoy un poco más triste, algo
más desesperada, bastante más angustiada, y enloquecidamente más cerca de lo
insensato. Con muchas más ganas de verla, de escucharla, de abrazarla, de
"desenterrar su noble calavera", como canta el poeta.
A medida que pasa el tiempo entiendo menos, acepto menos, y
me resigno cero. Ahogo en la almohada un inútil gemido primal que machaca por
qué por qué por qué...
Y vuelvo a mirar las fotos, a revisar agendas, a leer
notitas, poemas, cuentos, a desempolvar videos, a repasar conversaciones, a
buscar recuerdos en los rincones imposibles con desesperado propósito de
recuperarla...
Un ratito, por favor, un ratito.
La convoco en sueños y la veo del otro lado del horizonte;
cuando está por decirme algo pasa un avión y no me deja escucharla; cuando la
alcanzo en una calle no es ella; cuando estoy por abrazarla me despierto...
Seis meses, medio año, toda una vida sin Delia. Esta vida de
seis meses y toda la que vendrá... Seis meses, medio año. No. No estoy un
poquito mejor. Estoy seis enajenados meses peor.
SIETE MESES
Mi abuela, la única abuela que tuve, murió en 1973. Y
estalló la familia. "Mi" familia, real o inventada... Indiscutible,
indisoluble, indestructible, indudable. Poderosa, numerosa, ruidosa. Esa
familia era mi mundo. Todo mi mundo. El Papi, la Mami, el hermano para pelear,
la hermana para aprender, tíos, tías, primos, primas, madrina, padrino. Y
lacasadelaabuela era (sin dudas, opciones ni cuestionamientos) el lugar para
encontrarnos. Allí confluíamos cotidianamente. En lacasadelaabuela se debatían
todas las cuestiones familiares. Era el nido albergador.
Mi abuela, la única abuela que tuve, murió el 1º de julio de
1973... Fue la “primera muerte de mi vida”. Y esa familia (indiscutible,
indisoluble, indestructible, indudable, poderosa, numerosa, ruidosa), real o
inventada por mí, estalló por los aires.
Nos cubrió un océano de secretos bien guardados y traiciones
impensadas. Los amados tíos, las maternales tías, se convirtieron en poco menos
que enemigos y los primos en indiferentes. Ese océano ahogó a mi padre, que
siguió a mi abuela dos años más tarde. Y esa familia indiscutible, indisoluble,
indestructible, ya no tan poderosa ni numerosa ni ruidosa, le dio la espalda a
mi madre que se quedó en la calle con una hija de adolescente: YO.
Así fue como “la Delia”, que ya vivía en Buenos Aires,
desembarcó en el terruño natal para traernos a vivir con ella a mi madre y a
mí. Y lacasadeladelia se convirtió en el nuevo nido albergador. Y fuimos
construyendo una nueva familia... menos numerosa, menos ruidosa pero tan poderosa
como aquella. "Mi" familia. Real o inventada por mí. Y
lacasadeladelia era el lugar para encontrarnos. El nido albergador había sido
reconstruido.
“La Delia”, la única hermana que tuve (madre, amiga,
cómplice, compañera), murió hace siete meses. Fue, es, la“muerte más muerte de
mi vida”.
“La Delia”, la única hermana que tuve, murió el 13 de agosto
de 2012. Y la familia, “mi” familia (real o inventada por mí), estalló en
pedazos.
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