Mis primeras imágenes del 2 de abril de 1982 fueron un tanto
confusas… Era pasado el mediodía y salía yo de una intoxicación que me había
tenido semi inconsciente por más de 48 hs. Los gases lacrimógenos aspirados el
30 de marzo (apenas dos días antes) en Plaza de Mayo sumados a un clericó con
fruta aparentemente en mal estado habían hecho una combinación explosiva en mi
anémico estado físico de ese momento… Estuve literalmente entre inconsciente y
dormida durante más de 48 horas con médicos visitándome periódicamente. Mis
últimas imágenes claras eran a la
Federal (vergüenza nacional) tirándonos gases a desmanes, a
la montada cagándonos a palos, a Delia y a mí rogándole a un mozo de un bar de
Avenida de Mayo que nos dejara entrar y un vaso de helado vino blanco con
frutas que me tomé allí gracias al exceso de generosidad y valentía (aquellos
tiempos se medían en valentía) de ese trabajador gastronómico que resultó ser
un militante sobreviviente de las garras de la dictadura, y que ganó en poco
rfato la carísima confianza de mi hermana. Luego, vómitos, fiebre y nada más
hasta ese mediodía en que empecé a despertar. Delia estaba al lado mío en la
habitación de mis sobrinas, yo estaba en la cama de la mayor porque era un
lugar más cómodo para recibir a los médicos (de esto me enteré después). Había
un televisor a los pies de la camita y Delia tenía los ojos colgados de él.
“¿Cómo te sentís?”, me preguntó con evidente preocupación.
“Mas o menos”, contesté, “me duele todo”. Y mirando la pantallita blanca y
negra pregunté ingenua: “¿Qué? ¿siguen pegando? ¿Cómo es que hay tanta gente en
la Plaza?”
“No, mi amor. Pasaron más de dos días. Esa es otra gente y
está vivando al hijo de puta de Galtieri que acaba de declararle la guerra a
Inglaterra”. “¿Qué decís, estás loca?” “Así me siento. Metida en una locura
total. Está mandando colimbas a Malvinas. Vamos a vivir una masacre más por
culpa de estos hijos de puta”. Delia ya lloraba como sabía llorar Delia… sin
demasiada gestualidad. Casi sin sollozos… Yo trataba de incorporarme en la cama
con un cuerpo dolorido y un alma incrédula. “¿Qué decís?”, repetía tontamente.
Mi madre escuchaba radio en la cocina y también lloraba.
“Esos chicos, esos chicos…” repetía ella.
Las nenas jugaban ruidosamente, por suerte, en el comedor.
Yo durante horas reclamé imposibles explicaciones. Por las
48 hs que no recordaba, por esa gente que agitaba banderas en Plaza de Mayo y
por esa decisión suicida de un milico borracho. “Suicida no. Asesina”,
sentenció Delia con esa claridad que siempre tenía.
Un día tristísimo. Dolorosísimo. Sólo las risas de mis
sobrinas me traen un poco de consuelo al recuerdo.
Durante la madrugada del 2 al 3 nos despertaron unos
estruendos muy cercanos. Yo ya había regresado a la pequeña habitación que
usaba como propia en esa casa que nos había vuelto a albergar a mi mami y a mí
después de otra debacle… Escuchaba esos ensordecedores sonidos y los gritos de
mi madre que angustiadísima gritaba: “¡¡¡¡Bombardean Buenos Aires!!!! ¡¡¡¡Están
bombardeando!!!!”. Por unos minutos todo fue confusión, susto, desconcierto,
gritos, llantos…
La vecina de al lado había sufrido un brote psicótico y con
una maza estaba rompiendo su casa. Parece cuento. Pero es verdad.
La madrugada del 3 de abril nos encontró a mi madre, a Delia
y a mí riéndonos de la anécdota. La radio estaba prendida. Las risas duraron
poco.
La guerra asesina había comenzado. La Argentina toda estaba en
riesgo.