Es que una ya se había despedido. Íntimamente, entrañablemente, con un asombro doloroso surcando el alma anonadada. Y escuchamos su música y anotamos sus frases y rogamos. Pero la esperanza no sabe de voluntades y el tiempo fue alentándonos en un absurdo compás de espera. Y llegó el día. Finalmente él lo supo y nos lo hizo saber con certeza. Pero una ya se había despedido antes de esperanzarse inútilmente. Entonces no sé dónde poner esta pena forastera, casi extravagante de tan envejecida...
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