Dicen que "20 años no es nada" y una sabe que no
es cierto... Y 30 años, menos. Es mucho. Es una vida entera.
Pero toda esa vida puede quedar suspendida en un trapecio de
alegría en el instante eterno del encuentro.
La década del ´80 estuvo signada por el final de la
dictadura y la recuperación de la Democracia. Y en ese tránsito yo me subí a la
ilusión del Teatro. A su intensidad, a su desmesura. En 1981 empecé a recorrer
esos caminos en la Escuela de Teatro La Barraca.
Desde ese lugar salí a protestar por la injusticia de
Malvinas. Desde ese lugar salí a rondar con las Madres. Desde ese lugar salí a
festejar el final del infierno y el comienzo del alivio social. Con esa gente
fui a la Plaza en aquel fin de semana santo en el que nos dijeron que la casa
estaba en orden.
Toda esa gente, esta gente, me acompañó en la constitución
misma de mi adultez. Fueron faros para mis falta de brújula. Fueron ejemplos. A
seguir a veces a descartar otras...
De ese grupo me quedaron algunos seres que me acompañan en
lo más íntimo de mis convicciones. Hermanos del alma.
Con otros no volvimos a vernos, pero estuvieron siempre en
ese lugar del recuerdo imprescindible.
Mockinpott no fue un proyecto más. Fue, en realidad, el
final de un proyecto y el comienzo de otro. El final de cuatro años de
compartir aprendizaje y el comienzo de un camino para aplicar lo aprendido y
seguir aprendiendo.
Estrenamos Mockinpott con una democracia incipiente, recién
inaugurada. Todo era entusiasmo, futuro, ilusiones. No sabíamos lo que
estábamos haciendo. Lo hacíamos. Teatro independiente en el más literal de los
sentidos. Hicimos escenas en la calle para pasar la gorra, hicimos fiestas
temáticas, hicimos rifas. Así produjimos el espectáculo. Las familias ayudaron
mucho. Recorrimos las calles vestidos de personajes para crear la incógnita.
"MOCKINPOTT EXISTE" rezaba el cartelito que entregábamos, que
pegábamos en las paredes, que dejábamos en los baños de los bares, en los
colectivos.
Y se produjo la incógnita.
Y estrenamos "con el sol en el medio cielo" en un
Teatro Payró que nos recibió generosamente.
Y ganamos el Premio Coca Cola y festejamos y festejamos y
festejamos. Brindamos, reímos, lloramos, peleamos, nos pusimos de acuerdo, nos
dividimos, seguimos. Y, finalmente, nos separamos. Enorme semillero de gente
que hoy seguimos estrenando. Y festejando. Y riendo y todo lo demás. La vida.
Ayer nos juntamos después de 30 años. Estuvimos casi todos.
Y el abrazo fue el mismo, como igualita fue la risa y la nostalgia. Un
encuentro suave... una caricia al alma. Un paréntesis para recordar; un
incentivo para seguir.
Siempre agradezco a la vida por La Barraca y por Mockinpott.
Y ayer pude decírselos.