lunes, 26 de abril de 2021

Soy

 


No. No soy esa que ven, que creen, que sentencian. Esos engaños que fui construyendo para salvarme de tanta rabia enmudecida. No. No soy esa. No soy la que se inventó oficios obedientes para sobrevivir la desobediencia de mandatos. No. No soy malhumorada ni fastidiosa. Tampoco soy mi curriculum. Ni siquiera el ego acariciado de mis premios. No, mentiras… esas son, con fortuna, meras máscaras que ayudan en el absurdo tránsito a la nada. Tampoco soy estos huesos ni estos músculos ni esta mano ni ese pie. No. No soy esa arruga ni ese pliegue. No  soy la que esboza una sonrisa cuando hay que sonreír ni la que  a veces acepta lo mal demente. Tampoco la que calla y esquiva la mirada para limar asperezas. No. No soy esa. 

Soy viento furioso que atraviesa otros vientos, soy lago cristalino y río caudaloso. Soy montaña milenaria, volcán de acero, rutas de sal, cielos sin sol y soy tierra húmeda después de la tormenta. Soy la memoria de todos mis muertos y todas sus ausencias bailando en mis brazos. Soy la búsqueda incesante de lo leal, de lo cierto. Soy el trasatlántico que trajo a mis abuelos cruzando inclemencias en mares de esperanzas. Soy el dolor de parto de todas las que maternan. Soy furia y carcajada a deshoras. Y a deshonras. Soy llanto eterno sobre las injusticias de todos los tiempos. Soy pluma que vuela más allá del infinito. Soy asedio constante de mi música. Soy la estela en el río de mi vida y soy huella arada en el esfuerzo para que esa estela deje marca. Soy papel sin letras esperando que lo escriban y soy la soledad de un colchón en medio de la calle. Soy el pájaro escapando de su jaula. Soy nuestras Madres y nuestras Abuelas. Soy testigo incansable de mi tiempo. Soy lo que fui y lo que no pude ser, soy esta que hoy se columpia en el arco iris previo al fin del diluvio que nos ahoga. 

Soy ráfaga y remanso. 

Soy luciérnaga y noche oscura. 

Soy todas mis yo y todos ustedes. 

Stella Matute
Abril, 2021


viernes, 16 de abril de 2021

CENIZAS PIADOSAS

Hace un par de días un par de horas ocho siglos veinte minutos cuatro semanas recién hoy mañana, tiré las cenizas de mi hermano. Fue una decisión voluntaria pero marcada por un mandato milenario, un ordenamiento sagrado de linajes. “Me toca a mí” vibraba mi cuerpo todo, caminando hacia el río mientras mi mano derecha sostenía el extraño peso del cuerpo todo de mi hermano comprimido en esa inabarcable y minúscula cajita. Mi hermano murió el mismo día del cumpleaños de mi madre y eso fue para mí una certera señal  de que era –es- imprescindible sanar heridas, enfrentar terrores  y exorcizar de una vez y para siempre el explosivo demonio creado en el arista de un abismo familar.

Nunca imaginé que “me tocaría” la íntima y titánica  tarea de arrojar –sola- las cenizas de mi madre y luego hacer lo mismo –sola- con los restos de ese hermano odiado y amado en igual medida.  Pero bien sé que llevo milenios de genealogías inimaginables; de volantazos violentos en mi historia. Elegí el mismo lugar donde–también en desamparada ceremonia- despedí  los restos de mi vieja, quien le comprendió con su vida todas las miserias que él supo desplegar como retazos de muerte. José Luis desde muy niño estuvo habitado por oscuros laberintos, poblado por cuevas indescifrables, llenito de rincones tenebrosos cercados con alambres de púas. Incurables curvas hacia el daño. De otros y de sí mismos. 

Me senté en un banco bajo un techo celeste y diáfano cruzado por el brillo de un sol incuestionable, rodeada de indiferencia ciudadana. Miré el paisaje intentando dejarme traspasar por una liturgia celebratoria del divino oficio que volvía a encarar. Divino por divinidad, por si hace falta aclararlo. Miré el puente, la baranda, el río. Calculé la distancia que habría entre mis manos y el agua cuando desenvolviera el insondable paquete, medí el viento, me detuve en los pasos de los transeúntes desprevenidos, intenté imaginar sus pensamientos… Una paloma se posó a mi lado y me miró. Es el momento, me dije. Me paré y caminé sin dudar hasta el centro del  pasamanos. Abrí la bolsa y un rezo de la infancia me tembló en el pecho. La lluvia de cenizas cayó obediente desparramándose sobre el río marrón como una alfombra recién sacudida. Ni bien dejé de verlas, una cruz hecha de dos maderos negros apareció por abajo del puente navegando en la corriente hacia el horizonte. Un temblor me estremeció desde la nuca a los talones. Levanté la vista y tres pequeñas golondrinas aparecieron de la nada y revolotearon frente a mis ojos secos de lágrimas y bañados en recuerdos. Fue así aunque parezca mentira. Volví a mirar el agua. Ya no había ninguna marca. Ya todo era como hace un rato y nada volvería a ser igual. José Luis ya navegaba en las mismas aguas de su madre, que también fue la mía.  El café con leche en la mesa grande de la mañana, las cosquillitas en la espalda, las chiquilladas compartidas, la hamaca de sus manos, la carrera hasta la heladera para tomar agua fresca, el avioncito vertiginoso colgada de sus brazos, el mate cocido con tortas fritas, sus clases de ajedrez para ganarme, sus revistas El Gráfico, sus travesuras desde el techo del galpón del fondo, el sanguche de salame con manteca, mis gatos y sus perros, su risa pícara con un toque siempre de malicia, su torpeza para bailar, su tristeza –también siempre- disfrazada de rencores… Todo ese tsunami de recuerdos  le ganó al tirano, al violento, al que nunca se entendió por qué. Ahí, en ese momento, se deshizo el dique y las aguas del Nihuil, del Valle Grande, del Atuel, del Diamante encontraron cauce en mi cara con su fuerza de montañas. Y ahí, en ese momento, decidí quedarme eternamente, desde antes hasta siempre, con el mejor de los recuerdos, con esa foto colgadita de sus brazos, confiada, riendo, con la pureza de mi cuerpito niña disfrutando de ese upa fraternal, totalmente indiferente a los peligros, ignorando que había maldad en algunos de sus actos. Creo, ahora estoy segura, que en el principio él tampoco lo sabía. Me subo a esa creencia y me acuno en ella. La mano de mi madre nos acaricia a los dos la cabeza. Mi padre lo recibe emocionado y mi hermana, mi luminosa hermana, le palmea la espalda y le revuelve el pelo. Mi abuela lo reta un poco con su tierna severidad gallega.  

Me dejo llevar remando sobre esa cruz de maderos negros que libera, que mece. Navego, porque navegar es preciso, hacia esa foto familiar con la terca y extravagante esperanza de que alguna vez volvamos a encontrarnos para escribir una mejor historia. 

Tal vez sea todo eso lo que abarque aquello sagrado de los cuerpos capaces de curar todas las heridas. 

SM - Abril, 2021






lunes, 12 de abril de 2021

INTEMPERIE DE TERNURA

¿Cómo atreverme a hablar de nuestro pacto de ficticio silencio llenito de palabras no nombradas?¿Con qué derecho cuento de tus ojos sin horizonte, de tu boca carencia, de tu mano alcancía, del borde esquivo de tu mirada? ¿Cómo relatar mi curiosidad intrusa intentando proteger un poco tu desdicha?

Durante un rato aportaste tu belleza contaminada de injusticias a la posible poesía de mi vida. Un día, después de varios soles, me miraste directo a los ojos con un agradecimiento que yo no merecía y esa esquina se volvió espera y entrega cotidianas. Fuiste peaje obligatorio a la ternura. Bisagra necesaria del camino. Tu ojeada pájaro era mi alegría en ese transitar a mi rutina. Tu mano transparente, mi certeza diaria. Tu guerra perdida, mi laberinto con salida. Tu sonrisa desdentada, mis ganas de seguir.

Un día no estuviste. No estabas y el refugio de tu esquina fue ausencia oscura. La carencia de tu orfandad dejó huérfano a mi minúsculo barrio dadivoso. Una incertidumbre de nubarrones pobló el templo de tu colchón abandonado. Quedó vacía mi mano en el fondo del bolsillo pespunteado por la nada. Me vi en tu espejo limosneando alguna respuesta, alguna señal. Un viento helado se coló por los ladrillos de tu mampostería angosta que fue el cobijo roto de tus días y tus noches, piso de tierra, techito de hendijas por el que espiabas las estrellas. ¿Te fuiste al cielo donde los desposeídos se vuelven reyes y bailan hasta que el sol se baña en el mar? ¿Te crecieron alas y volaste libre de monedas y latas vacías? ¿Te fuiste a ese lugar donde nadie se tapa la nariz para que el olor hiriente de tu destino no invada su egoísmo? ¿Y tu perro? ¿Ladró aquella noche en que se abrió tu portón de eternidad? ¿O acaso simplemente cambiaste de libertades y caminos? ¿Andarás tal vez eludiendo otras miradas hasta que puedas confiar en una? Anclo en ese anhelo y recojo las velas de la búsqueda.

Te debo el bullicio de un circo todo, un desfile de malabaristas que te ofrezcan los panes que mendigaste, la danza de un equilibrista por el filo de la mesa que no tuviste, un montón de piruetas de payasos regalándote poemas que levanten banderas de sopita y abrigo y te acunen en la abundancia huidiza de tu vida. Quisiera homenajearte a la altura de tu valentía plagada de intemperie, regalarte una parrillada de esperanza arrebatada. Ya no paso por tu esquina. No quiero. Pero sigo apretando aquella medallita del primer encuentro de miradas desarrapadas en el que sellamos nuestra mínima promesa de lealtad mutua, y ruego cada tanto por tu almita desamparada.

sm - abril, 2021