Ella está triste. Ella es triste, más allá de las posibles alegrías. Ella lleva una tristeza de otro tiempo, una tristeza de tiempos antiguos, esos tiempos que no se recuerdan con claridad pero sí se comprenden grabados a fuego en la carne del alma. Esos tiempos que dejan sensaciones -esquivas en el recuerdo- devenidas en tics, en fobias, en obsesiones. Ella tiene tic, fobia y obsesión. Ella se enraizó justiciera en una tierra que no abona la justicia pero exige ser justo. Que no es lo mismo pero es igual. Un tic que imita el sonido de pedido de silencio. Shhhhh shhhh shhhh… no grites, no hables, no digas. Shhhh shhhh shhhh. Me duele no no duele ya va a pasar y mirá cómo te gusta estamos jugando ¿acaso no te gusta jugar conmigo? Ellla ríe con los ojitos llenos de lágrimas y calla. Shhhhh shhhhh shhhhh… ¿Cuándo empecé a hacer el tic, mamà?, preguntó ella una vez. UUUUuhhhhh tan chiquita eras… saliste del baño grande haciéndolo y ya no dejaste de hacerlo nunca más. Hacía poco que ibas al baño solita. ¿Y mi fobia a los pelos mojados, mamá? También te agarró en el baño. Te ponías como una loca si había pelos en el jabón, en la bañera, en el piso. Era difícil lavarte la cabeza, tan buenita que eras siempre. Shhhhhh Shhhhh Shhhhh… Y las pesadillas y los terrores nocturnos y hacerse pis en la cama y no poder dormir sola y la mano de su hermana por debajo de la almohada para que dejara de llorar. Ella sabía que algo estaba mal, pero no sabía muy bien qué era. Shhhhh shhhh shhhh este es nuestro secreto le decía su hermano. Nadie tiene que saberlo. Un día, de repente -o al menos así lo recuerda ella- su madre se obsesionó con que ella y su hermano no podían estar solos nunca. Nunca. A él le prohibió que se le acercara y a ella le ordenó que nunca hay que estar sola con un varón. Ella no entendió demasiado pero le gustó esa orden. Igual él siempre encontraba los momentos para convocar al horror disfrazado de juego. En la siesta silenciosa, en el campito de la escuela cuando estaban de recreo, en el galpón de la casa de la abuela cuando todos estaban distraídos con sus cosas. Ella tendría 5 y él 12 o ella 6 y él 13 o ella 7 y él 14… algo así. Ella no se acuerda bien. Ella nunca se acordó claramente de estas cosas salvo en pesadillas, sensaciones, flashes, sueños raros, su tic, su fobia, su idea fija de justicia. Siempre aparecía él en sus sesiones cuando hablaba de estas cosas. Y el miedo. El miedo que siempre le tuvo luego. Un miedo abonado en la violencia que de grande él nunca escondió. Le pegó al mundo entero. A ella, a la madre, a su esposa, a sus hijos, al vecino que le hacía frente, al desconocido que se le cruzaba.
Ella nunca recordó claramente hasta que un día su hermano confesó haber violado a dos mujeres. Lo confesó de manera pública y en forma rotunda en una red social. Como si estuviera hablando del tiempo. Pidió un leve perdón a sus hijas y vomitó su hecho pidiendo redención. Confesó que a los dieciséis años violó a una muchacha en la terminal de su pueblo. Y que de esa violación apareció un hijo tres años después en un juzgado de menores. Lo confesó dejando en claro que su padre y su madre lo sabían y lo asesoraron para que negara todo.
Ahí, a ella se le descorrió un telón negro, espeso y pesado que cubría su memoria. Todas sus memorias. La real, la sensible, la física. Ahí ella pudo oler esos pelos que se refregaban por su cuerpo, por su cara. Pudo ver los ojos demoníacos de su hermano atravesándola al sonido de sshhhhh shhhhh este es nuestro secreto, estamos jugando o acaso no te gusta jugar conmigo. Shhhh shhhh shhhhh. Y a pesar de los años, muchos, transcurridos ella volvió a sentir la vergüenza, el terror, la parálisis de las mandíbulas, el ahogado pedido de socorro, de que terminara, el asco de ese líquido espeso derramado en su cuerpo, en su cara, en sus axilas, que él le limpiaba después con papel riéndose y ya ausente. La dejaba solita en el baño, ese baño inmenso de esa inmensa casa. Ella se sentía rodeada de pelos que como monstruos la amenazaban con enredarla para siempre si le contaba a la mami o a su hermana.
Ella se hizo mujercita a los nueve. Temprano y con disfunción hormonal aguda que la sumió en anemias varias difíciles de tratar. Ella recuerda eso ahora, a la luz de los recuerdos y entiende la orden tranquilizadora de su madre. Vos a ella no te acercás y vos no podés estar sola con un hombre. Igual él se las arreglaba, ya lo dije. Eran juegos que la mami no entendía, decía. Y no le importaba la sangre.
Ella se lo pregunta al hermano. Él primero niega pero después confirma. Bien que te gustaba pendeja de mierda le dice entre otros muchos insultos.
Ella recuerda y llora. Sueña y llora. Traga saliva y llora. Le cuesta contarlo. Le cuesta admitirlo. Le cuesta. Ella se da cuenta de que recurre menos al tic. Y que puede limpiar los pelos sin tanta náusea.
Ella derrama un manto de piedad sobre su madre. También sobre su padre. Pero no puede no preguntarse cuánto sabían, cuánto más ocultaron, cuántos de aquellos silencios en el almuerzo o en la cena estaban cargados de secretos inconfesables, cuánto más no dijeron diciendo sólo que el varoncito de la familia tenía problemas. Ella hace cuentas. Su padre murió muy poco después de lo que el hermano cuenta. Cuánto dolor se llevó ese secreto. Cuánto secreto se llenó de dolor. Cuánta sombra se necesita para tapar la oscuridad.
Ella agradece vivir hoy en un tiempo en los que las mujeres no están tan solas. Han podido alzar la voz y se han vuelto una. Pero igual le es difícil. Aunque sepa que ella puede ser cualquiera de nosotras. Inclusive puedo ser yo.
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