viernes, 8 de febrero de 2019

Le desato los nudos y la libero

Hace días y días y días que la pienso.
Hace horas y horas y horas que me pregunto cómo homenajearla este año, en esta fecha.
"Mi mamá me ataba a mi hermano menor con una sábana al cuerpo para que yo pudiera hacer las cosas de la casa sin que él llorara", me dijo un día.

"Cuando estaba en tercer grado me gané el primer premio en un concurso de dibujo. Cuando llegué a mi casa, contenta, y lo conté, mi papá me dio una paliza y no me dejó volver nunca más a la escuela", me contó otro día. 

Esas dos anécdotas me contaron -me cuentan- la infancia de mi madre.
¿Cómo reclamarle, entonces, a esa mujer algunas cosas que no hizo, algunas cosas que no dijo, algunas cosas que prefirió callar, u olvidar -quién sabe-? 
Hace unos días arrojé sus cenizas al río.

Hoy era su cumpleaños. 
Sí, el 8 de febrero era el cumpleaños de mi madre. Fecha de encuentro familiar. Fecha de festejo. Mi madre. 
Me pregunto hoy por sus deseos, por sus ilusiones, por sus angustias. Me pregunto hoy por sus silencios. Me pregunto hoy por sus lágrimas mientras cocinaba. Por sus enojos extraños. Por sus bordes doloridos. Por ese color de soledades rotas.
La cubro hoy con un manto de comprensión. La acuno. Le canto su canción preferida. Le beso sus lágrimas de tierno gris de paloma maltrecha. Le desato los nudos y la libero. 
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, MAMI! Descansá en paz. Aquí estamos para desandar lo malandado. Te lo prometo.






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