Para que yo me llame Stella Matute tuvieron que cruzar el océano mis cuatro abuelos, escapando del horror del hambre y de la guerra. Tuvieron que llegar a esta tierra prometida y recorrerla hasta el sur de una Mendoza en tiempo de futuro para ayudar a fundar un pueblo que los acunó en sus sueños a la vera de acequias y ríos cristalinos. Tuvieron que ser vecinos mis abuelos y luego amigos, y tuvieron que sobreponerse a una serie de tragedias para que sus hijos se fundieran en un abrazo tan profundo que los convirtió en mis padres. Para que yo me llame Stella Matute antes nacieron Delia y José Luis, mis hermanos. Una hermana, hermana mía que me meció en sus saberes y me construyó en sus ojos. Y un hermano que no supo hacerse amar a golpes de no poder comprender el lado bueno de la vida. O, tal vez, porque nadie supo enseñárselo, ya nunca lo sabré. Para que yo me llame Stella Matute tuvo que morir mi padre muy temprano y tuve que despedirme del sudor de mis montañas y subirme a un tren debutando yo en la adolescencia, aferrada a la mano de mi madre que lloraba su viudez y enarbolaba una vez más su estirpe de mujer valiente. Y sufriente. Para que yo me llame Stella Matute tuvo que recibirme este Buenos Aires de desmesuras en estímulos sagrados y convocantes. Tuve que esconderme tras los árboles para no caer en manos de uniformes crueles y acompañar a mi hermana en sus dolores de ausencias forzadas y miedos clandestinos. Para que yo me llame Stella Matute tuve que disfrazarme con pieles ajenas y jugar a ser otra para soportar tanta falta de mirada. Para que yo me llame Stella Matute tuve que parir el deseo de parir y maternar a un gigante que vuela alto a fuerza de desplegar sus alas de talento. Y a otro que no pudo con tanta vida y me dijo un adiós definitivo en un suspiro de doce días. Para que yo me llame Stella Matute fue preciso mirar muchos ojos para anclar en una mirada. Y atreverme a redimirme. Y desplegar mis propias alas.
(Escrito en el Taller "El patio de la palabra", de Pedro Patzer - ejercicio inspirado en un poema de Ángel González - marzo 2021)
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