Una noche de viernes festejábamos con mi pareja un aniversario. Hace de esto ya como diez vidas. Después de la cena de rigor, volviendo a casa, entramos al bar de Hipólito Yrigoyen y Luis Saenz Peña a tomar un champagne. Eran como las 3 de la mañana y festejábamos, festejábamos, festejábamos... Copas, balde de hielo, champagne... Yo tenía un ramo de flores en la mano. Toda una escena de clase media.
Al muy poco rato entró un muchachote de más o menos 15/16 años -o 100, vaya una a saber-. Estaba muy sacado, bolsita en mano, pidiendo plata por las mesas. Se apoyó en la nuestra viniendosenos encima bastante amenzante. Yo instintivamente agarré la cartera, saqué un billete de de una cifra que él no debía estar acostumbrado a recibir y se lo dí. Empezó a "rezarme bendiciones". Me dijo que yo era buena, que me iban a pasar buenas cosas, que yo era como una santa, etc. etc. mientras mi pareja trataba de frenarlo y decirle que ya estaba, que se fuera. El pibe recibió eso como una agresión inusitada y se enojó. Lo insultó un poco, le hechó en cara "el champagne y su copa" y se fue a la mesa siguiente. Ya estaban acercándose tres mozos con aires superiores para sacarlo. Él los vio y apuró el trámite. En la otra mesa una parejita tomaba café con leche con medialunas. El muchacho le dijo: "plata no tengo pero llevate las medialunas, si querés", lo que provocó en el pibe un enojo más grande que el anterior. "Que no quería su comida, que se la metiera en el culo, que él quería guita". Estaba sacado. Asustaba. Los tres mozos lo agarraron y en una escena muy violenta lo sacaron a la calle. El pibe gritó, golpeó las ventanas, amenazó con piedras. Horrible situación.
Costó sobreponerse.
Cuando ya nos habíamos tranquilizado un poco y pudimos volver a "disfrutar" de nuestro champagne entró un nenito de unos 4 o 5 años. Apenas si llegaba a sobrepasar las mesas con su cabecita rapada y recorrió el lugar pidiendo. Todos, absolutamente todos, le dijimos que no. Algunos sin ni siquiera mirarlo. El nene se fue como había entrado. Sin ruido y sin plata. Ni siquiera medialunas se llevó.
El champagne me quedó atragantado por varios días.
Durante mucho tiempo me pregunté cuánto tardaría ese nene chiquito, tranquilo y "socialmente obediente" en transformarse en el adolescente atravesado por el pegamento, el paco y la violencia. ¿Cuántos "no" se bancaría hasta llenarse de odio y resentimiento?
Y mucho más me desveló preguntarme si alguien más que yo y mi pareja había registrado esa escena esa noche en el bar.
Una sociedad que mira con indiferencia la infancia en la calle no tiene derecho, ningún derecho, a ni siquiera cuestionar a un chorrito... Mucho, muchísimo menos, a matarlo en una salvaje paliza que nos convierte, en forma definitiva, en una sociedad asesina.
Eso siento.
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