domingo, 16 de abril de 2017

Ceremonia de un viernes santo...

Costumbres y ceremonias.
Recuerdos y legados.
Creencias y pecados.
Homenajes y herencias.
Festin de la no carne. Pescados.
Nuestro viernes santo encarna toda la santidad que somos capaces. Bien sincera, bien honesta. Una santidad humana. Esa santidad que nos otorga la licencia de usar nuestras herramientas y hacer.
Salmón marinado casero que simula esos peces repartidos. Ostiones gratinados a la parmesana reemplazando las hostias, hechas en nuestros propios platos. Tarta gallega que trae los olores de nuestros ancestros, amasada en nuestra propia masa. Lo que sabemos hacer y lo hacemos, con nuestras manos y esfuerzos, para agasajarnos la vida. Brindando con burbujas que nos divierten y nos embelesan.
Nuestro homenaje a los cristos y cristas que mueren y resucitan a diario en nuestra tierra. A los cercanos, a los cotidianos. A los imitadores de Aquel, que en su andar ayudan y se sacrifican.
Y todos tienen a su Pedro y a su Judas.
Pedro que se equivoca y es perdonado. Judas que traiciona y es condenado.
¿De qué lado estás?
Nosotros intentamos estar del lado de Pedro. Con todos sus errores y toda su bondad. Con su pecado y su arrepentimiento. Sin mentiras ni hipocresías. Sin puñales arteros.
Vos, que sos tan creyente y tan rezador y bendecidor, cuidate de tus traiciones. Porque los pecados se perdonan pero las traiciones se condenan.
Con creencias o sin creencias todos sabemos, un poco más, un poco menos, qué es lo que está bien y qué lo que está mal.
Y nosotros, en nuestro estar bien nos permitimos estar bien. Y en nuestro estar mal, también nos permitimos estar bien. Y crearnos nuestro propio viernes santo echando mano a toda la beatitud que nos asiste.
Y comemos y reimos y gozamos. Y brindamos. Y en ese brindis homenajeamos. Con toda la honestidad de la que somos capaces. Homenajeamos. A todos nuestros cristos y cristas. En el mejor sentido de la vida. Esos y esas que reparten todos los días panes y peces en busca de un mundo mejor. Y también a esos y esas que ruegan por un mendrugo que les calme el hambre.
Nos permitimos ser felices como podemos. Y cuando podemos. Usando lo que sabemos para hacer lo que nos es dado. Si podemos lo compartimos y duplicamos felicidad. Y si no lo disfrutamos en soledad, que no es soledad alguna porque vienen con nosotros todos nuestros ausentes.
Acá estamos.
Despidiendo un viernes santo y desputando un sábado de gloria.

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