Me he pasado la vida intentado gustarle a otras, otros,
otres. Primero, gustarle a mis padres, a mi abuela, mi hermana y hermano, a mi
tías y tíos, primas y primos, maestras, señoritas, compañeras y compañeros de
colegio, a la directora. Luego a los chicos, a las amigas, a jefas y jefes, a
los chicos, profesoras y profesores, más directoras y algunos directores, a los
chicos. Más tarde a vecinas y vecinos. Cuñadas, cuñados, sobrinas, sobrino, a
los hombres, al público, integrantes de elencos, autoras, autores, parejas,
hijo, marido, amigos de marido, familiares de marido, amigues de amigues… la
vida entera tratando agradar, ensayando sonrisas para otres, brindando
entusiasmos, ofreciendo y rindiendo pleitearías… Intentando gustar a todas y
todos, bah.
Hasta hace treinta días -los primeros quince fueron desconcierto
puro-. En este mes he jugado a gustarme a mí misma. Me he cocinado con amor, me
he dedicado entusiasmos, me he comprado algún rico vino, me he consolado
frustraciones, me he ofrecido un brindis –o varios-, me he secado lágrimas, me
he coloreado el alma, me he mirado desde la platea, me he aplaudido payasadas,
me he inventado un protagónico sólo para mi. Y, la verdad, me estoy gustando.
(Igual para el zoom me puse rimmel)
29/04/20
(a 45 días de aislamiento)
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