viernes, 12 de junio de 2020

12 años sin mamá

“Se murió como vivió, sin molestar”, me dijo un amigo aquella noche 12 vidas atrás, años contando. Y yo rompí en un llanto inaugural, distinto, único, naciendo a una vida sin ella.
¿Cuántas veces nacemos a la vida en esta vida? Sin duda, una de esas veces es cuando quedamos huérfanos, tengamos la edad que tengamos en ese momento de desgarro.
Hoy, 12 de junio, hacen 12 años años que se murió mi vieja...
Mujer entera, noble, severa, inteligente, intuitiva, artesana, autodidacta...
Madre difícil para mí. Hija difícil yo para ella.
No se la hice fácil, pobre.
Hoy quisiera aullarle, quietita y susurrando en su regazo, cuánto la entiendo. Cuánto extraño su rara manera esquiva de dar amor. Cuánto añoro sus manos rústicas sirviendo el café con leche, su bello arte de tejer escarpines, su severo gesto húmedo de lágrimas mudas, su rigurosa mueca para disimular dolores, su silencio milenario cargando pasado.
Yo la hostigaba porque la creía eterna.
Hoy me encerraría con ella para atravesar mil cuarentenas y enfrentar la pandemia de un linaje de luchas que parece no acabar nunca. Para llenar de historia esos silencios y entender que la genética no pasa solo por las células. Su alma y la mía, entrelazadas por siempre y para siempre, cargan con siglos de misterios y secretos que algún día, definitivamente, habrá que enfrentar y tratar de acunarlos en palabras dichas, para que descansen un poco en el colchóncito de nuestra historia familiar.
Extraño a mi madre, si.
Extraño aún todo lo que me molestaba de ella. Porque hoy entiendo que todo eso me constituye, me empodera, me pone en pie de guerra pero también me mece tierna cuando lo hostil me lastima. Yo no me voy a morir sin molestar, porque ella me enseñó con su austera y silenciosa vida que es mejor pelearla. Aunque duela, también.

Le dedico y me dedico hoy las palabras que Delia, hermana mía, le escribió en otro siglo, en otro milenio... qué mejor...

A mí me falta y sobra abecedario,
y diccionarios gruesos como troncos
me saben miserables e incompletos
cuando componer quiero
nada más un poema
a esta inmensa mujer,
luminosa y sencilla
que me tocó por madre.

Y me pregunto entonces
de qué vale este oficio,
mitad deber y hobby,
si no me sale un verso
como un himno,
que me la adorne toda,
que me la pinte
humilde, creadora y costurera
de las mejores virtudes que poseo.

De qué vale,
me digo,
si no encajo
las sílabas exactas
que muestren de esta madre
los rincones
profundos y dispares
como julio y enero.
Su indestructible aliento
de mujer luchadora,
la fibra transparente
de su melancolía.
De dónde saco yo
el palabrerío
para poder ganarle
en algo a la magia poética
de su ternura necesaria.

Cómo le copio en verso
su templanza,
y le refriego al mundo
tanto orgullo
por este privilegio, ¿cómo?

Yo quiero regalarle
un buen poema,
uno que le haga rima
con esa esencia grave,
con la pobreza digna
capaz de sacar todo
de la nada.

Pero no te seguí bien
en las lecciones, madre,
y no me sale.

Pero a la larga, Vieja,
seguro ha de gustarte
saber que lo intenté
con especial cuidado
y si no lo he logrado
no sólo es culpa mía,
es que a vos, mamá mía,
debieron dedicarte
poemas, nada más,
los que saben.
(MARÍA DELIA MATUTE)

No hay comentarios: