sábado, 27 de junio de 2020

LA LOCURA NO SE CURA

Mi madre intentó convencerme de que no fuera. Nunca entendió nada, mi madre. Yo ya había armado mi bandera. A mí nadie me dice lo que puedo y lo que no puedo hacer. Nadie, se entiende. Nadie. Ni mi madre ni mucho menos un gobierno que pretende que me quede en mi casa quitándome mis derechos constitucionales. Nos mienten, nos mienten. El virus es una mentira y el barbijo es insoportable. Nos quieren dominados, sumisos y callados.

Salgo a la calle y me encuentro con mucha gente que piensa como yo. Algunos vamos en auto, otros en bici y los menos a pie. Portamos nuestros carteles, nuestras certezas. Llevamos nuestra pasión a cuestas.

El calor de una mano aprieta la mía. Creo ver lágrimas detrás de las antiparras de la enfermera que me asiste. En esas antiparras se refleja la luz y mi cara. Me cuesta reconocerme. El tubo, la cofia, la palidez me desfiguran bastante. No puedo hablar, el respirador me lo impide. Si pudiera le pediría perdón. Pienso en mi madre. Seguramente reza y llora por mí en la soledad de casa. Tenía razón. No tendría que haber ido.

Me levanto, corro las cortinas, abro las ventanas, respiro hondo y profundo. Ayer enterré a mi madre. Yo safé. Miro el teléfono y dudo en si llamar o no a algunas amigas con las que nos encontramos aquel día en el obelisco.

(Relatos de pandemia - Junio, 2020)

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